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¿QUÉ PENSARÍA BLAS INFANTE DE ESTA ANDALUCÍA?

CATALINA URBANEJA ORTIZ

Viernes, 10 de agosto 2018, 07:46

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EL once de agosto de 1936 fue fusilado en la carretera de Sevilla a Carmona Blas Infante, ideólogo y líder del regionalismo andaluz. Si durante el periodo franquista su figura quedó sesgada y olvidada, el Parlamento de Andalucía le restituyó la honra que merecía reconociéndolo Padre de la Patria Andaluza en 1983. Fue un acto de justicia histórica, sin embargo, habría que preguntarse si la Andalucía de hoy se asemeja en algo a la imaginada por este ilustre casareño.

Porque la pobreza, la miseria y la marginación que se dio en nuestra tierra a lo largo del siglo XIX se vio incrementada durante la dictadura cuando, en el reparto de papeles de aquella farsa nos tocó ejercer de bufones, con caracolillos en la frente, flores en el pelo, sombrero, fajín y ese «arsa y olé», folklórico y patético. Contaba Carlos Cano, que un dirigente andaluz pidió medios a un ministro franquista para revitalizar nuestra economía, y aquel visionario le contestó algo así: «Ustedes tienen sol; gracia para vivir, vino, playas y flamenco», ingredientes imprescindibles para propiciar la entrada de divisas mediante las forzadas migraciones de andaluces hacia Europa.

Los despropósitos de aquella época borraron el brillante pasado de este país, de culturas milenarias en contacto con otras civilizaciones, que configuraron nuestra peculiar tolerancia.

La antigüedad de Andalucía se evidencia en la huella que dejaron tras de sí culturas como las del vaso campaniforme, el Argar, o los Millares. Asimismo, mantuvo contactos con otros pueblos del litoral Mediterráneo, especialmente los fenicios, que estrecharon relaciones con los tartessos y su mítico rey Argantonio, 630 y 550 a.C, cuyo reinado constituye uno de los periodos más largos y ricos de nuestra Historia. Heródoto escribió sobre su amistad con los foceos a quienes ayudó enviando, al otro lado del Mediterráneo, miles de kilos de plata para fortificar su capital. También se produjo en esta época el momento de mayor esplendor del comercio con griegos y cartagineses.

Entre el 500 y el 206 a.C., aparecen los turdetanos, pueblo indígena descendiente de tartessos que centró su economía en la agricultura, ganadería y una avanzada industria. Fueron considerados por Estrabón los iberos más cultos ya que conocían la escritura y tenían crónicas históricas de seis mil años de antigüedad.

Roma cambió el nombre de Turdetania por Betica, en donde nacerían dos de los emperadores que rigieron sus destinos: Trajano y Adriano. Al ocaso del imperio siguieron las invasiones de los bárbaros, hasta que los visigodos fueron sometidos por los árabes, un pueblo que traía una misión conquistadora en doble sentido: territorial e ideológica. Denominaron a la Península «al-Andalus», e hicieron de su capital, Córdoba, la ciudad más evolucionada, tolerante y culta del mundo occidental. Su mecenazgo sobre la Medicina, Literatura y otras manifestaciones artísticas, creó un fuerte contraste con la oscuridad de la otra parte de España, inmersa en el feudalismo y aferrada a las supersticiones más arcaicas.

El ocaso llegó con la conquista castellana; las expulsiones, primero de los musulmanes y luego de los moriscos; el terror inquisitorial; las forzosas expropiaciones que ayudaron a crear los latifundios, y el caciquismo. Factores que alimentaron la figura del «señorito andaluz», lacónico personaje en vías de extinción.

La democracia no trajo la prosperidad soñada pues, a los treinta y seis años de franquismo han seguido otros tantos de gobierno socialista poco efectivos, aunque hayan sido democráticamente legitimados en las urnas. Tan dilatado periodo ha impedido la regeneración de una tierra que necesita de nuevos líderes -si es que los hay, cosa que dudo- que nos hagan salir de ese agujero en que estamos inmersos. Mi pesimismo se basa en los Indicadores Urbanos publicados por el INE en junio, donde consta que, de los treinta municipios más pobres de España, veintidós son andaluces, no apareciendo ninguno entre los de mayor renta. En cuanto a las ciudades con un nivel más alto de paro, también batimos nuestra propia marca pues de quince incluidas en esta clasificación, doce son andaluzas, lo que indica que los sueños depositados en el Estatuto de Autonomía se han esfumado.

Deduzco de estos datos que sigue vigente la clásica división norte-sur, donde el primero acapara la riqueza y el segundo vive en la indigencia. Dicotomía de la que Salvador Espriu, un catalán que preconizaba la igualdad entre los pueblos, hace esta magnífica síntesis: «¡Qué cansado estoy de mi cobarde, vieja, tan salvaje tierra, y cómo me gustaría alejarme de ella, norte allá, donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, despierta y feliz!», para terminar con esta reflexión: «y aquí me quedaré hasta la muerte. Pues soy también muy cobarde y salvaje y amo además con un desesperado dolor esta mi pobre, sucia, triste, desgraciada patria». De vivir Blas Infante, ¿se quedaría también?

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