Pensar la tecnología
Seguramente sobreestimamos la racionalidad humana, cuando habitualmente nos movemos antes por sentimientos que por razones
Sebastián Gámez Millán
Profesor y escritor
Lunes, 12 de mayo 2025, 02:00
No pocas personas creen que la tecnología no es ni buena ni mala, depende de cómo se use. Aunque lo crea la mayoría, albergo mis ... dudas. Supongamos que les entregamos teléfonos móviles a 100 personas, no a menores de edad, sino a adultos. ¿Cuántos de ellos lo utilizarán adecuadamente? Es decir, como un medio para lograr los fines que poseen como proyecto vital. ¿Alcanzará el 40%? Seguramente sobreestimamos la racionalidad humana, cuando habitualmente nos movemos antes por sentimientos que por razones, si es que no interactúan continuamente. ¿Quién maneja a quién? La tecnología invierte con frecuencia la relación entre medios y fines, de modo que paradójicamente sirviéndonos de ella nos instrumentalizamos.
Las tecnologías digitales y, en concreto, el teléfono móvil, produce lo que llamo 'tiranía de la inmediatez', placeres instantáneos que posiblemente nos impidan perder de vista nuestros planes a más largo plazo, de manera que no es casual que con la proliferación de estos artilugios y las redes sociales se hayan difuminado las fronteras entre lo privado y lo público; operaciones intelectuales básicas como la atención y la concentración se encuentran cada vez más divididas, en diferentes ventanas, cuando no en las nubes. Más allá de la infraestructura en términos de Marx -piénsese en el entramado social, cultural, industrial, económico, político- que levanta las ideologías de la superestructura, con el desarrollo de una tecnología se despliegan unas formas de vida, una serie de valores y disvalores incorporados a las mismas, como en este caso la accesibilidad a cualquier hora, la disponibilidad instantánea, la información 'en tiempo real', que es falso, la aceleración de comunicación, las relaciones y, en definitiva, la vida...
Por consiguiente, la tecnología no es neutral desde una perspectiva valorativa. Esta y otras muchas cuestiones son tratadas con rigor y claridad, con documentación actualizada y contrastada, con realismo y sentido común por uno de los más destacados filósofos de la ciencia de España, el catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la UMA Antonio Diéguez en 'Pensar la tecnología. Una guía para comprender filosóficamente el desarrollo tecnológico actual'. Estructurado en cinco capítulos, tras una aproximación filosófica a la comprensión de la tecnología, aborda el determinismo tecnológico, la biotecnología, el transhumanismo y la gobernanza de la inteligencia artificial, así como las complejas relaciones entre tecnología, responsabilidad y democracia.
El teléfono móvil produce placeres instantáneos que posiblemente nos impidan perder de vista nuestros planes a más largo plazo
Ciertamente ya no podemos bajarnos del tren de la tecnología. Como señaló Ortega y Gasset, la evolución y el progreso del ser humano son indisociables, primero, de la técnica, y luego, de la tecnología. Con ellas hemos creado una sobrenaturaleza que nos permite adaptarnos al medio con mayores opciones y bienestar. Porque los seres humanos no nos conformamos con vivir, aspiramos a vivir bien. No obstante, ¿no hemos desarrollado la tecnología tanto que dependemos excesivamente de ella, hasta el extremo de que no pocas personas viven ensimismadas en burbujas digitales que luego dificultan el retorno a la realidad o a la naturaleza? Y, por otra parte, ¿cabe un desarrollo sostenible -si es que no es un oxímoron- que no implique avance tecnológico?
¿Están las tecnologías digitales debilitando o fortaleciendo las democracias? Según Diéguez, «la tecnología es causa y soporte fundamental de la situación en la que se encuentra hoy la humanidad. Es a ella a quien debemos en gran medida el enorme progreso en el bienestar y de la prosperidad económica que viene dándose desde al menos la mitad del siglo XIX, y es ella la que ha posibilitado la eliminación o disminución de algunos de los grandes males que nos han aquejado durante nuestra historia, como las hambrunas, la corta esperanza de vida, o los sufrimientos cotidianos que experimentaba la mayoría de la población para intentar llevar una vida digna». Sin embargo, tengo la impresión de que buena parte de la ciudadanía cree que no está en nuestras manos cambiar la investigación y el avance tecnológico.
Ahora bien, el autor se opone al determinismo tecnológico: «si todos consideramos que la tecnología no es controlable, nadie hará los esfuerzos necesarios para fomentar su control», algo que beneficia a los poderes económicos y políticos. Además nos exonera de aquello que nos distingue del resto de especies, de la libertad y de la responsabilidad. En este sentido, aunque estamos ante un libro de filosofía de la ciencia, es profundamente político y democrático, pues nos insta a conocer, pero también a actuar responsablemente, a tomar las riendas de nuestro poder de autodeterminarnos lo más libremente posible dentro de nuestras circunstancias. Por ejemplo, aboga por «lograr una gobernanza global de la IA y de las nuevas tecnologías, o al menos una regulación internacional efectiva». Sin catastrofismo ni tecnooptimismo, inteligencia artificial para el bien social. Se trata de que las tecnologías nos ayuden a configurar el mundo en el que queremos convivir: pensemos la tecnología antes de que la piensen por nosotros.
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