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Pedro Underwood Sánchez

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Sábado, 2 de junio 2018, 10:16

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El poder político es la metáfora involuntaria de la vida. Es una mentira que aspira a ser verdad, la vida imaginada que suplanta a la realidad. En los totalitarismos sólo existe el dictado y la corrección ortográfica, en las democracias crece la metáfora.

Existen dos clases de políticos: los que harían cualquier cosa por alcanzar el poder y los que por conseguir el poder estarían dispuestos a hacer cualquier cosa. No hay ningún político que no se rinda al influjo del poder y sus servidumbres. Incluso en esta abominable uniformidad de la ambición política existen también categorías, y por desgracia todas caben en nuestro Parlamento, como hemos comprobado esta semana en España. Pedro Sánchez es el líder del partido socialista que en las últimas elecciones generales consiguió ochenta y cuatro de los trescientos cincuenta escaños posibles en el Parlamento español, y obtuvo el 50,21 por ciento de los votos en las últimas primarias de su partido. No sólo no consiguió el respaldo mayoritario de los españoles para gobernar España, sino que consiguió el peor resultado electoral de su partido en la historia de nuestra democracia reciente. Tras ganar sus primarias prometió coser las heridas de su formación política e integrar a todos sus sectores, promesa que nunca cumplió. Tras dimitir de su escaño, adquirió el perfil bajo que hizo que sus adversarios lo consideraran un cadáver político, tanto dentro como fuera de su partido. Le concedieron el tiempo y el sosiego suficientes para esperar su oportunidad. Desarrolló comprensión con todos menos con los suyos.

El presidente Pedro Sánchez ha sido el imán perfecto para que todos los grupos políticos dispuestos a desbancar a Rajoy se hayan sentidos atraídos por su moción de censura. La debilidad real del líder socialista es el campo abonado para que los populistas de Podemos recobren su protagonismo perdido, y los secesionistas encuentren el acomodo a sus reivindicaciones anticonstitucionales e insaciables. El apoyo del Bildu hiela la sangre a cualquier socialista que recuerde a los suyos en el País Vasco. La España del «sí se puede» ha encontrado su momento histórico para ajustar cuentas con el régimen democrático surgido de la Constitución del 78, sin que la mayoría de los españoles les hayamos dado ese encargo, incluyendo a muchos socialistas no 'sanchistas'. La estabilidad de este nuevo gobierno se sustenta sobre la necesaria inestabilidad de la España entendida como proyecto común.

«La democracia está sobrevalorada», repetía con insistencia Frank Underwood en la conocida serie televisiva 'House of cards'. Confiemos en que el cinismo no sea el que venza finalmente en política.

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