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FERNANDO ARCAS CUBERO. HISTORIADOR
Lunes, 21 de abril 2025, 02:00
Acaba de hacer diez años de la muerte de Pedro Aparicio, y hace treinta desde que en 1995 dejó la alcaldía de Málaga, y cuarenta ... y seis desde que en 1979 fue elegido alcalde. El tiempo va encomendando a los libros su biografía y su historia, mientras que se difumina su memoria en las jóvenes generaciones actuales.
Hay dos maneras de acercarse a un tiempo, a un liderazgo, a una gestión. Por los propósitos iniciales, o por los resultados y el balance final. En algún momento, Aparicio merecerá la biografía de un historiador o historiadora, o periodista, universitario, que escriban una tesis en la UMA. Con motivo de su muerte se publicaron buenos textos sobre él, textos memoriales de personas cercanas que le trataron o conocieron. Aquí vamos a hablar de su proyecto político inicial, recuperando el texto que Aparicio escribió -era un autor cuidadoso de sus discursos, y jamás dio un mitin al uso, sino que daba verdaderas conferencias de educación política- y leyó el día 3 de abril de 1979, para su toma de posesión como alcalde de Málaga, en una coalición inédita en la historia de Málaga, de socialistas, comunistas y andalucistas.
Recién salida aquella Málaga del franquismo, Aparicio se hacía eco de que en ella, y en esos momentos, se abría «una nueva puerta en la Historia de España». Era la primera vez en su historia democrática, además, que Málaga tenía un alcalde del Partido Socialista (todos los de la I y II República lo fueron de partidos republicanos). Pero también era el comienzo de una biografía política, y de una pasión particular sin duda, que iba a tener un largo recorrido temporal, y cuyo fondo eran sus «convicciones personales», las que le daban fuerza a su «esperanza de democracia y de justicia», y a la seguridad de que con ambas «se despertará prácticamente en todos los malagueños una conciencia de ciudadanía y de ayuda mutua que volverá a situar a Málaga en la primera fila de la justicia y la cultura» (ésta, la cultura, iba a ser la columna vertebral de la pasión política de Pedro Aparicio).
En la tradición del socialismo intelectual y humanista de Julián Besteiro, a la que pertenecía, Aparicio anunciaba ese día fundacional su convicción de que «la firmeza espiritual y moral es invencible», y que el socialismo en el que creía y practicaba era un garante de la moralidad en la vida política. Una herencia al mismo tiempo liberal ilustrada y socialista de los siglos XVIII y XIX, liberadora de la esclavitud económica e impulsora de la expansión de las fuerzas del espíritu en busca de una «civilización fraternal». Un socialismo el de Aparicio «profunda e irrenunciablemente demócrata» que nos recuerda aquel «socialista a fuer de liberal» que fue Indalecio Prieto.
Pero lo que no había olvidado de aquel discurso y me ha hecho buscarlo en la hemeroteca de SUR en el Archivo Municipal, y la crónica del acto de Joaquín Marín, es la intención de Aparicio de ser «la voz de los malagueños más necesitados y menos fuertes», de no someterse a quienes tuvieran «influencia económica» o «altas relaciones sociales», malagueños «de primera clase con más derechos que otros a disfrutar del bienestar de la ciudad», con derecho a obtener beneficios económicos para sí mismos a costa de las necesidades elementales de miles de «desposeídos en su vivienda y en su barrio de todo tipo de comodidades mínimas», y que claman por un clima de «respeto mutuo» y «la existencia de una vida cultural en nuestra ciudad».
Proponía el joven alcalde, y llamaba a toda la corporación a incorporarse a la tarea con lealtad y crítica, leyes para el suelo urbano y para la autonomía municipal, y cumplimiento mientras tanto de las vigentes, porque «la ciudad va a dejar ya de ser un objeto de especulación». Una ciudad, decía con orgullo, séptima de España y segunda de Andalucía (que aún no era aspirante a capital del sur de Europa), «la primera en potencial humano, en belleza y en bondad, y también la primera en marginación y desventura», lejos del tópico andaluz, porque «grita también de paro, de suciedad, de incultura y de abandono».
Son estas ideas el origen de un compromiso personal y político, de un liderazgo decisivo para la historia contemporánea de Málaga. Una pasión capaz de sostener un largo mandato que iba a lograr la modernidad de la ciudad, el rescate de un pasado glorioso y olvidado en el siglo XIX. Sin esa pasión, esa preocupación y esa esperanza, decía aquel joven Aparicio en 1979, «ahora no podría ser yo vuestro compañero alcalde».
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