DE PASCUAS A REYES
NO sé si estoy desorientada o desilusionada en este ínterin que va desde la Nochebuena hasta el día de los Reyes Magos; la verdad es ... que, por más vueltas que doy al asunto, no acabo de encontrar ese rayo de luz que aclarare mis ideas.
Desde pequeña, el día de la Inmaculada empezaba a vislumbrarse en mi casa la cercanía de las navidades y, mientras los críos montábamos el belén, mis padres se afanaban en preparar los dulces que degustaríamos durante las fiestas, típicos y exclusivos de estas fechas. Ahora, la moda ha impuesto adelantarlas un poco más cada año, de tal forma que a principios de octubre empiezan a bombardearnos con mensajes subliminales sobre los productos que debemos adquirir ya que, sin ellos, estamos abocados al fracaso. A esta tendencia se suman los ayuntamientos, rompiendo la tradicional costumbre del encendido durante la primera semana de diciembre y que, de seguir en esa línea, cualquier año nos encontraremos las calles iluminadas apenas se vayan los últimos turistas de agosto. Sólo se mantiene en su fecha el sorteo de la lotería, auténtico detonante de la Navidad que nos ilusiona y decepciona al mismo tiempo, ya que son pocos los favorecidos por la suerte.
Pero esto no es más que un insignificante detalle del caos que tiene mi mente, y acaso el menos revelador, pues tengo la sensación de que esta Nochebuena ha quedado eclipsada por la situación política que está llevando a este país a un punto en el que muchos ciudadanos, entre ellos esta que suscribe, nos sentimos como marionetas que alguien maneja a su antojo. Y para desprenderme de esa apreciación necesitaría que me explicaran si es lógico que nos convoquen a unas elecciones para más tarde decir que no valen porque el resultado no era el que se perseguía, o que intenten solucionarlo con un nuevo proceso electoral, o lo que es lo mismo, a votar de nuevo. Y como el resultado no es concluyente, otra vez nos mantienen en la incertidumbre de saber si lo que hemos decidido es del agrado de quien nos convocó. Entre dimes y diretes andamos con el alma en vilo, en un desasosiego que, me temo, tardará en desaparecer.
Para despejar mis dudas consulto la Real Academia de la Lengua sobre el significado de la palabra democracia: es la «forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos», y continúa en una tercera acepción, «la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio de representantes». Es decir, que somos nosotros ese pueblo quien decide qué tipo de gobierno quiere. Sin embargo, esta teoría está resultando muy diferente en la práctica, y decidamos lo que decidamos, siempre encontrarán una fórmula que posibilite acuerdos sobre los que nadie nos ha consultado.
Y en este maremágnum, en este batiburrillo, nos traen locos con la posibilidad de recurrir o no a los independentistas, un tema que está dando mucha cuerda, especialmente a los asiduos a las tertulias radiofónicas y televisivas, cuyas opiniones conocemos de antemano por repetirse las mismas caras e idénticos mensajes un día tras otro. Aburrida de tanta demagogia he optado por prescindir de este tipo de programas, apagar la tele o cambiar el dial de mi receptor para terminar escuchando Radio Clásica, que a fin de cuentas es la única que permanece fiel a sí misma.
Sinceramente, debo confesar que me preocupa la situación de mi país; que no me fío de ninguno de los políticos que actualmente andan en liza y que estoy más de acuerdo con aquel «que se vayan todos» difundido por Andrés Aberasturi en 2016, que con las ideas lanzadas por los partidos políticos con el único objetivo de captar a los decepcionados. «Deberían irse todos porque han fracasado estrepitosamente, porque se les encargó tan sólo una cosa: ponerse de acuerdo para regenerar entre todos este país», escribió. Tres años después, sus reflexiones no han perdido vigencia, y eso sí es inquietante.
Y mientras escribo estos pensamientos deslavazados a pesar de mi renuencia a hablar de política, caigo en la cuenta de que a la fecha en que estamos, me he olvidado de comprar los regalos, por supuesto de Reyes, para mi familia. Me dedicaré a ello mañana mismo, aunque tengo que decidirme si comprarles a mis muchachos alguno de esos productos que anuncian por la tele unas despampanantes mujeres que lucen vestidos en nada asequibles a nuestros bolsillos, o ser fiel a mis principios y perderme por las tiendas del casco antiguo para ver si encuentro algún objeto original, bonito y barato, que resuelva mi problema y no me vacíe la cartera. Espero que los Reyes se lleven mi desasosiego y me devuelvan la ilusión perdida. Ese sería mi mejor regalo.
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