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Luis Pernía Ibáñez
Presidente de la Plataforma de Solidaridad con las Personas Migrantes de Málaga
Miércoles, 23 de abril 2025, 02:00
Venido de lejos, el Papa Francisco nos ha dejado un legado a continuar en defensa de los migrantes. Fue una de sus prioridades. Así cuando ... el 8 de julio de 2023 el Papa Francisco eligió a la pequeña isla italiana de Lampedusa como destino de su primer viaje fuera de Roma después de su elección, señaló al mundo que la migración sería un tema definidor de su pontificado. De pie, en un lugar de entrada para miles de inmigrantes que buscan refugio en Europa, lamentó lo que llamó la globalización de la indiferencia.
El punto nuclear de ese legado era la centralidad de la persona, del ser humano, que resumía en «Todo migrante tiene un rostro, una historia, un nombre.» De esta manera a lo largo de sus 12 años de pontificado, el Papa Francisco nunca cedió en sus llamados a los líderes mundiales y a la ciudadanía para que trataran a los migrantes con la humanidad. Condenó con frecuencia las políticas de deportación masiva, pidió leyes de asilo más acogedores y destacó la dignidad de quienes cruzan las fronteras en busca de una vida mejor.
Hijo de inmigrantes italianos en Argentina, el papa Francisco a veces invocaba su propia historia familiar. En su discurso de 2015 ante el Congreso de Estados Unidos, instó a los legisladores a acoger a los migrantes en lugar de temerles. «Les digo esto como hijo de inmigrantes, sabiendo que muchos de ustedes también lo son, que den una respuesta a la migración que sea siempre humana, justa y fraterna».
Su preocupación por los migrantes se manifestó en numerosos gestos. En casi todos sus 47 viajes internacionales, el tema de la migración tuvo un papel central y, en muchos casos, fue el motor de sus visitas. En 2016 y 2021, viajó a Lesbos, Grecia, importante puerta de entrada para los refugiados que ingresan en Europa. Durante su visita de 2016, llevó consigo a bordo del avión papal a 12 refugiados sirios —tres familias con seis hijos— que se enfrentaban a la deportación de la isla.
Esta insistencia la podemos ver en 2016, en la misa en Ciudad Juárez, frente a la frontera entre Estados Unidos y México, para visibilizar a los millones de personas que arriesgan sus vidas para cruzarla. O en 2019, cuando inauguró la escultura 'Ángeles desprevenidos' en la Plaza de San Pedro, que representa a un grupo de migrantes y refugiados, para recordar a los miles de visitantes el desafío de la hospitalidad.
Este legado lo planteó como una cuestión moral fundamental con graves implicaciones políticas. De hecho, ya en 2014 lo dejó claro al dirigirse al Parlamento Europeo en Estrasburgo, subrayando que Europa tenía el deber moral de apoyar el desarrollo y la estabilidad de los países de origen de los migrantes. Negarse a atender a los migrantes «es repugnante, es pecado, es criminal». Este lenguaje moral contundente, sin complejos, lo manifestó en una audiencia general en agosto de 2024: «Hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para ahuyentar a los migrantes, y esto, cuando se hace a sabiendas y deliberadamente, es un pecado grave».
El Papa Francisco tampoco dudó en alzar la voz sobre la migración en contextos específicos. En 2017, apeló personalmente al entonces presidente estadounidense Donald Trump para que reconsiderara la decisión de su administración de rescindir el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), afirmando que una persona decente no buscaría separar a los niños de sus padres, sino defender a la familia, «la cuna de la vida». De manera similar, en Italia, se pronunció constantemente contra las medidas migratorias de línea dura y denunció los esfuerzos por criminalizar a las ONG que rescataron a migrantes en el Mediterráneo. En febrero, mientras el segundo gobierno de Trump intensificaba su discurso antiinmigrante y congelaba los programas de apoyo a la inmigración legal, Francisco volvió a abordar el tema, en una carta a los obispos estadounidenses. Refiriéndose a las deportaciones masivas en curso, instó a los católicos y a las personas de buena voluntad a no dejarse llevar por «narrativas que discriminan y causan sufrimiento innecesario a nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados».
Dentro de la Iglesia, el Papa Francisco también dio al tema de la migración un enfoque más central en su magisterio. En su encíclica de 2015 'Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común', denunció la «indiferencia generalizada» ante el sufrimiento de los refugiados obligados a abandonar sus hogares debido a la degradación ambiental. En la encíclica 'Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad social', de 2020, condenó enérgicamente el nacionalismo y la xenofobia, afirmando que es inaceptable que los cristianos traten a los migrantes como «menos dignos, menos importantes, menos humanos». Desde Lampedusa hasta Lesbos, desde la frontera entre Estados Unidos y México hasta el corazón de África, predicó que la migración no era una crisis pasajera, sino una prueba moral definitoria de la era moderna.
En el adiós y desde nuestra orfandad hacemos nuestra aquella petición que hizo en 2013, en Lampedusa, de luto por las vidas de los migrantes perdidos en el mar: «Pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad de nuestro mundo, y de todos aquellos que en el anonimato toman decisiones sociales y económicas que abren la puerta a situaciones trágicas como esta».
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