Pandemia finalizada (... y olvidada)
LA TRIBUNA ·
CÉSAR RAMÍREZ
Domingo, 20 de marzo 2022, 09:45
El recuerdo nunca se sienta en la tribuna de la actualidad. El presente ha devorado los dos años más trágicos de la historia de España, ... y estos días de bombardeos, energía eléctrica disparada y litro de combustible a precio de media pinta de cerveza cara han borrado de un plumazo el panorama Covid-19. La propuesta coherente de gripalización desde el punto de vista sanitario se asocia con una pérdida absoluta de la memoria histórica de la pandemia y de la responsabilidad. Una buena metáfora la tenemos en cuán falsos eran los aplausos de las ocho de la tarde, ya de nuevo sustituidos por los guantazos a la cara de los sanitarios. Nos hemos olvidado de los espoleos al contagio del 8-M-2020, del utilitarismo que fue preciso aplicar en la atención sanitaria, de aquellos meses en que las mascarillas se pagaban a 10 euros y en los que nuestras abuelas las hacían con trapos de cocina. De la cara de beatle con gafas de pasta del exministro Illa, de los pelánganos rizados de incoherencia de Simón y del culillo que 'queaba' en el vial de la sexta dosis de la vacuna del consejero Aguirre. De los ERE, del pueblo haciendo acopio de papel higiénico, de nuestros hijos encerrados con los hogares convertidos en escuelas de urgencia y de los españoles entre jaulas como animales de circo, más tiempo que nadie y, sobre todo, sin ninguna justificación. Y todo eso se va a meter por debajo de la alfombra porque ha sido lo normal, lo que tocaba. La pandemia, vaya.
Pues bien, antes de que se vaya todo por el sumidero del olvido hay que recordar que España en la pandemia ha estado a la cabeza de todo lo que se podía hacer mal y a la cola de cualquier cosa que se pudiera haber hecho bien. Las restricciones por la pandemia ya se han terminado en ocho países de Europa (incluida nuestra vecina Francia) y en todos ellos menos en uno, Suecia, la incidencia acumulada en catorce días es muy superior a la nuestra, pero la letalidad de la infección está ya al nivel de la gripe común. ¿Qué justificación existe para que nuestros hijos sigan en las aulas con los bozales puestos? ¿A qué están esperando nuestras autoridades sanitarias? ¿Es que no se han dado cuenta que la mortalidad en personas de menos de sesenta años es ya testimonial? Esta torpeza en la salida es consonante con el conservadurismo transformado en manipulación que supuso el confinamiento extremo de noventa y nueve días al que los españoles fuimos sometidos, un estado de alarma que tuvo más prórrogas que una temporada entera de Champions League y cuyas consecuencias para la salud de la población no han sido evaluadas ni comunicadas con claridad. O no ha interesado hacerlo. Suecia es un país con un sistema de registro de epidemiología y estadístico modélico a nivel mundial y se definió, además durante la pandemia, con una política aperturista de no hacer restricciones ni confinar, focalizando las medidas en la protección de la población realmente vulnerable, la de más edad. Dada la imposibilidad de saber cuál es el número exacto de personas fallecidas por Covid o con Covid durante la pandemia, es el exceso de mortalidad respecto a lo esperado por las curvas de años previos el único indicador fiable del impacto real de la pandemia en la población de un país. Pues bien, en Suecia el valor de este exceso ha sido en 2020 de 45/100000 habitantes (un incremento del 5% respecto a la media de los años anteriores) mientras que en España, considerando el rango entre la cifra falsa de muertos ofrecida por el Gobierno y la real que dan los medios, este valor oscila entre el 17%-24%, es decir, entre 3-5 veces por encima de los valores del país escandinavo. Es fácil deducir que la gestión de la salud de los españoles durante el año 2020 fue catastrófica y el confinamiento, un auténtico desastre, ya que murieron muchas personas tanto directamente por Covid como por falta de acceso a una asistencia sanitaria adecuada en relación con el confinamiento. Y vistos los resultados suecos, da vergüenza recordar aquella primavera de prórrogas de estado de alarma buscando sacar un rédito político a costa de mantener asfixiada a la población, medidas a las que casi todos nuestros partidos políticos se sumaron y ninguno buscando el interés de sus ciudadanos. Qué pena.
En este segundo cumpleaños después del confinamiento también hemos podido asistir al fracaso estrepitoso del Centro Superior de Investigaciones Científicas español, anunciando el cierre del proyecto del doctor Mariano Esteban hace unos días y sin comenzar aún la fase III de ninguno de los otros dos proyectos, por lo que parece que la tan cacareada vacuna esterilizante no vendrá, o llegará cuando no haya pandemia. La ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant, se ha loado en el conformismo afirmando que «la ciencia es así y no siempre se alcanzan los resultados que uno quiere», da igual porque los millones de euros ya los pagamos los españoles. Esta actitud contrasta con las recientes declaraciones de Paul Hudson, CEO de Sanofi, que tras haber sido aprobada su vacuna por la Agencia Europea del Medicamento ha declarado que «han llegado tarde y no eligieron la tecnología adecuada, pero tenían la responsabilidad de invertir y seguir adelante por si las de ARNm fallaban» y que «la tecnología usada por la competencia ha sido mejor», por eso la adquirieron y han colaborado, además, produciendo millones de vacunas de ARNm para Pfizer y Moderna. El enfoque colaborativo de las grandes farmacéuticas privadas, aquellas a las que los gobiernos populistas les gusta machacar, ha sido el que ha salvado a la humanidad de esta pandemia y es una empresa privada gerundense, Hipra, por cierto, la que comercializará la primera vacuna española como refuerzo de las de ARNm a partir del verano. Todo esto será si la pandemia sigue existiendo, que por ahora sí, aunque ya nos la quieren quitar de la mente. No me extraña, es para que se les caiga la cara al suelo a los que propusieron la cronicidad de aquellos meses interminables y a todos los que los apoyaron. Ellos llevan muchas muertes sobre sus espaldas, porque las estadísticas no mienten.
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