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El alcalde no quiere que Pablo Casado participe en su campaña electoral. «Estará muy solicitado», se excusa con su habitual retranca. Al PP le ha salido rana su nueva estrella del rock, más cercano a José Manuel Soto y Bertín Osborne que a las guitarras eléctricas, aunque de tanto forzar la vox para parecerse a Santiago Abascal haya acabado desafinado y con 66 diputados, dejándose la mitad de escaños por el camino pedregoso que conduce a la ultraderecha. Y ahora Paco de la Torre no quiere ni oír hablar de su antiguo protegido, a quien apoyó tras intentarlo con Dolores de Cospedal. Hasta pide moderación. Porque él, como le confesó a Javier Recio en una de esas entrevistas de respuestas surrealistas que con los años han adquirido condición de acontecimiento, tiene «una gran sensibilidad con el centro-izquierda». Esa vocación de independencia según convenga es la comidilla de su partido, aunque en público casi nadie se atreva a toserle. De la Torre parece intocable, pero el 26 de mayo se acerca y en el PP todavía se preguntan quién les ha robado el mes de abril mientras a Dani Pérez cada vez se le pone más cara de alcalde, aunque la mayoría aún no le ponga cara.

Todavía con la herida electoral abierta, el PP quiere regresar al centro. El problema es que quizá nunca estuvo allí. Sáenz de Santamaría se frota las manos mientras a Montesinos todavía le tiembla el tupé y le rugen las tripas, porque apostar por el caballo perdedor siempre resulta indigesto. En su descargo hay que reconocer lo complicado que se ha vuelto predecir qué ocurrirá en un escenario político cada vez más volátil, sujeto a cambios constantes. Ahí está Pedro Sánchez, renacido de unas cenizas que el PSOE estuvo a punto de tirar al mar. Ahora el presidente okupa, que ha rentabilizado como nadie una moción de censura que le insufló oxígeno cuando comenzaba a ponerse más morado que rojo, ha legitimado su presencia en La Moncloa, por mucho que Susana Díaz tomase nota en busca de una venganza que no termina de ejecutar, y no porque le falten ganas. En su recién estrenado papel como líder de la oposición, la expresidenta está más desubicada que Mariví Romero en Almogía o Manuel Marmolejo en Colmenar, donde aspiran a convertirse en alcaldes, aunque no por amor a pueblos que apenas situaban en el mapa sino para garantizarse un sillón en la Diputación. Ay, el poder. Todos lo desean, aunque a menudo sea un cuchillo con doble filo. Ya lo advertía Sabina: al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.

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