Pablo pregonero
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Ahora sí que la Feria es ya de todosJESÚS NIETO JURADO
Lunes, 30 de julio 2018, 09:57
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Mi primera memoria de Pablo Aranda será hace casi quince años. O más. Aún andaba abierta Las Garrafas, con aquellos cartelones de Semana Santa y los focos que le daban glamour luminoso al magro y a la ensaladilla. Lo saludé con la confianza de ver su foto en la contraportadilla de 'La otra ciudad', y desde entonces comprendí que la literatura podía ser un tipo normal, simpaticote, amigable y de retranca en la charla. Más tarde ya fueron los encuentros, y este placer de compartir páginas en el noble arte de tomarle el pulso a lo que acontece a este lado del paraíso. Y mensajes cruzados, amigos comunes de mi prehistoria. Charlas de media hora en el quiosco de Nazario, cuando Nazario nos anunciaba en el toldo y en la pegatina.
Pablo, incluso desde lejos, reconcilia con la Literatura. Al oficio de escribir le quita esa gravedad depresiva de algunos, y sabemos que sus novelas se hacen selfies en no pocas latitudes. Una vez le presentamos una novela durísima a un escritor gijonés, al alimón. Porque además de pregonero y escritor social, Aranda nos ha sacado una veta 'noir' de la que ya se ha hablado y se hablará.
Que Pablo Aranda sea el pregonero de la Feria evidencia dos cosas fundamentales: la Feria es Cultura sin tener que vestirnos de faralaes. Y que entre el 'Malaferia' y el 'jartible' está aquí Pablo Aranda, con su mirada inteligente, cachonda y tierna. Haciendo libros, presentando a conferenciantes, e hilando en su prosa columnera los sucesos consuetudinarios que acontecen en la rue.
Pablo Aranda es la respuesta del malagueño medio a la Feria; no hay chovinismo sino una sonrisa con gafas, dos chistes, los amigos de siempre y la 'memoria histórica' de la Feria, que es la memoria de cada uno.
Quiero imaginarlo citado, quizá, donde el Zaragozano. Cruzándose con verdialeros, con dos despedidas de soltero y hasta con un compañero de instituto con la camisa abierta y una vara rociera. Pongamos que la cita era con un editor de Barcelona, y así tendremos la estampa feriante y vivísima de Pablo en los días mejores de agosto.
El pregón de Pablo Aranda es una de estas cosas que reconfortan y consolidan que la Feria, de tan grande y nuestra, es necesaria y heterodoxa. Uno tiene la imagen del pregonero 'tipo' del festejo -laico o religioso- que sea, con la barbilla levantada y mucho abaniqueo de manos y un sentimiento que no se le esperaba a un abogado del Estado.
Mucho he teorizado yo sobre nuestra Feria. Una Feria que, frente a otras celebraciones análogas en provincias cercanas, es poliédrica y como tal hay que vivirla. Y evidentemente Aranda pregonará esa necesaria otra ciudad, con derecho a divertirse, con amigos e hijos; sin muchas ganas de flamenqueo y los caballitos un rato, para los nenes.
La Feria ya ha optado por los prosistas. Hay que congratularse. Porque los intelectuales se divierten. Y porque Pablo Aranda es nuestra mejor vacuna contra la pedantería y ese nubarrón de lo rancio. Ese nubarrón que a veces acecha en estos días azules de la infancia y del agosto.
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