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ROSA BELMONTE
Martes, 21 de noviembre 2017, 07:52
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Charles Manson era un gilipollas. Lideró una secta de tontas que había empezado como comuna y viró a la violencia. Luego estaba el LSD. Leslie Van Houten, que el segundo día de locura dio 16 puñaladas extra a Rosemary LaBianca cuando Tex Watson ya la había matado, ha contado las horas de dementes sermones políticos que daba Manson. «Inclínense como borregos», les decía. Cargaban enormes cuchillos e iban en ropa interior si no refrescaba. Se sentaban y gruñían. En 1987, Manson interrumpió una entrevista en ‘Today’. «Tengo que ir a cagar, ¿me disculpas?», soltó a la presentadora. «Manson es sólo un tipo desagradable», aseguró Leslie en una comisión de libertad provisional. John Waters, amigo de Leslie, escribió sobre la humillación de los asesinos. La de haber sido engañados por un estafador tan obvio como Manson. «Todos los miembros arrepentidos de la Familia se aferran a la esperanza de que serán perdonados o –mejor aún– olvidados».
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