Nunca tantos hicieron tanto para todos
Aquellos niños de la posguerra que con su trabajo forjaron el desarrollo actual, transitan por la vida en una soledad no deseada
Luis Utrilla Navarro
PRESIDENTE PROVINCIAL DE CRUZ ROJA
Jueves, 16 de octubre 2025, 02:00
Pocos periodos de nuestra historia reciente han sido tan trágicos como el trienio 1936-1939. A su término, España quedó sumida en dificultades de todo ... tipo, entre ellas las carencias alimentarias, sanitarias y educativas. La vida de los niños que nacieron en aquellos años, hasta bien entrados los años cincuenta, sobre todo los que vivían en los pueblos que configuraban nuestra geografía, tuvieron que superar innumerables dificultades. La primera de ellas fue la desnutrición. El consumo de carne o el pescado eran productos de lujo reservados para días excepcionales. Aquellos que tenían gallinas podían comer huevos, y los que contaban con vacas, cabras u ovejas podían consumir leche. Pero para la mayoría el consumo de leche se reducía a la leche en polvo procedente de la Ayuda Americana que se repartía en los colegios. Unos centros en los que la principal preocupación de los maestros era poder disponer de leña para la estufa y así superar los gélidos inviernos mesetarios, cuyas clases se impartían con los alumnos provistos de abrigos y guantes.
La gran mayoría de aquellos niños recibían un jersey o un abrigo como regalo de cumpleaños o Reyes, ya que la ropa era confeccionada a mano por la madre, la abuela o una vecina modista.
Los escasos desplazamientos se realizaban en el autobús de línea por carreteras tortuosas o en los traqueteantes y lentos trenes en el mejor de los casos. Con el esfuerzo familiar, el trabajo en el campo, y en gran parte gracias a la emigración, las familias consiguieron el sueño de que sus hijos pudieran estudiar el bachiller, y en el mejor de los casos, ingresar en la universidad.
Es hora de que la sociedad atienda a los mayores como se merecen y se les respete como lo que son: los forjadores de nuestro bienestar
Ya en los años setenta y ochenta, las crisis del petróleo y las continuas devaluaciones de la peseta dieron paso a una nueva crisis económica. El acceso a una vivienda se vio lastrado por créditos hipotecarios al 18%, y la compra de una lavadora o un frigorífico por la firma de un sinfín de letras. A pesar de las dificultades, aquellos ciudadanos consiguieron elevar sustantivamente el PIB; articular con mucho sacrificio personal y humano la transición de una dictadura a una democracia; conseguir que fuéramos aceptados en Europa; y construir una España de libertades, económicamente desarrollada, en el marco de una sociedad de derechos y bienestar.
Aquellos niños que protagonizaron esta historia son hoy mayores. Disfrutan de una pensión que han alimentado con su trabajo. Cuentan con una vivienda que han pagado ahorrando peseta a peseta, privándose de vacaciones y de lujos superfluos.
Leyendo los medios de comunicación de hoy o escuchando las conversaciones callejeras, parecería que ha sido esta generación que hizo del esfuerzo y del trabajo su día a día, la culpable de cuantos males nos aquejan. Y es a esta generación del siglo XX a la que se le exige que aporte su pensión a la economía familiar de sus hijos; que ceda su piso a las nuevas parejas; o que haga de asistente gratuito para atender a los nietos. Y como contrapartida a todo este esfuerzo, se les aísla del mundo cotidiano, se les desplaza alegando su desconocimiento digital, sus achaques de salud, su desconfianza, y en el mejor de los casos se les aparca en una residencia.
Y de este modo, aquellos niños de la posguerra que con su trabajo forjaron el desarrollo actual, transitan por la vida en una soledad no deseada, se les aparta de la representación social, de la docencia, y de su conocimiento profesional. Se les ignora en las actividades deportivas, sociales y, sobre todo, culturales, sin que puedan contar ni tan siquiera con dignos lugares de encuentro. En definitiva, vuelven a ser vapuleados por un destino del que no logran escapar. Por todo ello, es hora de que la sociedad atienda a los mayores como se merecen, que los jóvenes se miren en su espejo de sacrificio y generosidad, y se les respete como lo que son: los forjadores de nuestro bienestar.
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