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Noviembre

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Jueves, 1 de noviembre 2018, 00:10

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Hoy los santos, mañana los muertos. Noviembre arranca nublado como corresponde a este mes de árboles grises, troncos desnudos y lápidas con macramé de letras doradas. La purpurina de la vida. Lejos queda aquel moho gótico de las tumbas, tan lejos como aquellas hornacinas de cristal que iban de casa en casa llevando una espiritualidad portátil y, según decían, muy benéfica. Santos degollados, mártires con túnicas de escayola a los que ha venido a sustituir una escabechina norteamericana y psicodélica. Los zombis de hoy son aquellos santos transformados por una sobredosis de lsd y un empacho televisivo.

Esa troupe que anda por las calles con el maquillaje de las cicatrices, las hachas de plástico y el alma atormentada es la constatación de que aquel tiempo está verdaderamente muerto y enterrado. Para estos cadáveres andantes la sangre es una fiesta, un rocío gore que se derrama por sus ropas y sus carnes falsamente desgarradas. Hijos de la ultratumba, son los notarios de la desmemoria y dan cumplida fe de que para las nuevas generaciones don Juan Tenorio se confunde con cualquiera de aquellos santos embalsamados, una reliquia que aparecía en las pantallas en blanco y negro vestida con la capa de la tuna. Un tipo sin bandurria que hablaba con rima y echaba versos cuando lo fetén es echar espumarajos. No está muy claro si este don Juan era primo de Judas Iscariote y si al final de la película se le aparecía la Virgen, el Bautista o un tal Comendador. Es notorio, Walt Disney le ha ganado la partida a Zorrilla y a todas esas mujeres enlutadas que al empezar noviembre acudían a los cementerios para lavarle la cara a las tumbas y dejar allí una ofrenda de crisantemos y recuerdos.

El Pato Donald es el nuevo Hades, el dios de la muerte y del inframundo. Cada vez son más los devotos ciudadanos que acuden a Disneylandia con las cenizas de sus seres queridos y las dejan en aquel recinto sagrado. Aseguran los cronistas mejor informados que son muchos los deudos que arrojan las cenizas del difunto desde la montaña rusa. Auténtico confetti funerario. Lo macabro combinándose con el tiovivo. Es el carricoche de la muerte. Es el síntoma de los tiempos, esta ligereza que convierte el último trance en un boleto para la montaña rusa. Una metáfora sobre la vida. Si un nuevo Dante llegase ahora al mundo está claro que los círculos del infierno se encontrarían regidos por Mickey Mouse y una cuadrilla de monigotes. La nueva trascendencia. Noviembre, a pesar de los troncos desnudos y todo el repertorio de árboles grises que se quiera se ha convertido en una tira cómica, un desfile de máscaras. El tormento como diversión. Algo vamos ganando, pensarán los devotos del halloween y la pandereta escarchada en sangre. Los otros, los partidarios del recogimiento y los versos de Zorrilla, pueden irse libremente a los cementerios. Eso sí, a riesgo de ser confundidos con almas en pena y sin que ya se sepa muy bien de qué lado de la existencia están.

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