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Jesús Nieto ha publicado sus memorias, algo que dada su edad parecería un despropósito o una petulancia pero que si se mira con detenimiento no es otra cosa que un acto de coherencia. Porque puede que Nieto naciera hace treinta y cinco años, pero lo hizo con un retraso considerable, como si su madre se hubiera salido de cuentas varias décadas. De modo que si los entomólogos de la literatura lo quisieran clasificar en alguna generación verían que no es un epígino de la Nocilla ni un descendiente directo de aquello que se llamó la Nueva Narrativa. Jesús Nieto como mínimo es miembro de la Generación del Cincuenta, y si se quiere de la anterior. De ahí le viene esa melancolía, ese mirar la vida desde la penúltima estación y sentirse herido por el tiempo y las ninfas que lo abandonaron en no se sabe qué apeadero del camino. De ahí que a un libro que otros llamarían Fuera de Género, o Una Obra Personal, él lo llame Memorias.

La de Nieto es la historia de una vocación verdadera, medular, biológica, sentimental. Poca gente se ha encontrado uno tan sustancialmente literario como este malagueño errante. Imagina uno que en los análisis clínicos entre los glóbulos rojos, los hematíes y las plaquetas le encontrarán restos de tinta, restos de papel de periódico. Siguió el precepto de Baroja según el cual todo escritor tiene que irse a Madrid y ponerse en cola. Y allá se fue Nieto, a vivir en un altillo al que los caimanes inmobiliarios llaman apartamento. No se puso en ninguna cola sino que llamó a las redacciones de los periódicos y mostró su analítica, su adn de letraherido. Igual que su benemérito Umbral llegó una noche al Gijón, Nieto desembarcó en un McDonalds y bajo su luz de quirófano de patatas fritas escribió su primer artículo, el primer capítulo de esta memoria hecha con la carne picada de la vida.

Último hijo de la bohemia, espadachín del lenguaje más que del bastón que dejó manco a Valle-Inclán aunque no sería raro topárselo en una esquina de Chamberí del brazo de Max Estrella. Mitómano, como corresponde a la gente de su tribu, no es raro verlo al costado de uno de ellos, Raúl del Pozo, que lo adoptó por la vía del talento y por la ternura que da ver a un muchacho enfrentado al mundo con la única herramienta de las palabras. Del Pozo afirma que Nieto a veces intenta hablar como un ministro de la UCD. Tal para cual. Jesús Nieto a veces habla como escribe y en medio del susurro suelta una metáfora luminosa, como si la hubiera sacado del catálogo de uno de sus mejores artículos, esos en los que deja a un lado a los patronos de su santoral periodístico y es Nieto 100%, sin aditivos ni colorantes. Sus rubias, su Pedrega, sus amigos y sus pasiones hace tiempo que tenían un hueco en nuestra memoria. Ahora, además de cuerpo y alma literarios, tienen lomo de libro.

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