No fue necesario pedirlo
La abogacía no ha requerido invocación de terceros ante la DANA
Sí. A diferencia de otros que se resistieron a actuar de oficio y que parece esperaban para actuar el impulso de las víctimas, la abogacía ... se puso en marcha sin que nadie, en este auténtico caos, se lo exigiese. Es que la catástrofe para los que han salvado la vida es colosal y se proyectará en el tiempo. Hay muchos que han perdido un familiar, un padre, una madre, un hijo, una hija, una pareja. El dolor, no por compartido, es menos intenso. Personas que estaban realizando sus actividades rutinarias, las de una mañana de martes, desplazándose, en sus puestos de trabajo, en casa, preparando la comida, con la convicción que allí estaban a salvo ¿dónde mejor? Pensando que el hombre del tiempo siempre se equivoca y que la amenaza no sería para tanto. Total, la pertinaz sequía nos hacía mirar el fenómeno de la lluvia como una reliquia. El que cayera agua del cielo era un fenómeno inusual y el drama iba por otro lado.
Que estábamos machacando el planeta, que la piel de toro se estaba convirtiendo en un desierto, que habría restricciones en el suministro si no este año, seguro que el próximo. Esto de las riadas, de las inundaciones eran cosa del pasado. De un pasado que no volvería. Pues, no. Las escenas dantescas que hemos presenciado con lujo de detalles evocan otras épocas. La desgracia de 1957, con su casi centenar de fallecidos y sus casi dos mil viviendas arrasadas, no se repetiría jamás porque con denuedo se emprendió una solución que parecía definitiva, desplazando el curso del río que había causado la crecida mortal. La del pueblo zamorano que tributó la cuarta parte de sus habitantes era de repetición inimaginable. La del Vallés, que me recordaban los vecinos cuando me fui a vivir allí era también un episodio histórico como la guerra de la independencia, por ejemplo. Murcia, Tous, Biescas porfiaban al sostener que la naturaleza no había dicho su última palabra y que podría producirse otra desventura. Pero claro, estamos en el siglo XXI y ya nada es como antes.
No puedo evitar mirar mis pertenecías, las que he ido recopilando a lo largo de mi vida e imaginar, como si fuese una pesadilla, no que desapareciesen, lo que ya es grave, sino que se destruyesen y quedasen sus despojos a la vista, inutilizables, destrozados. Mis libros, mis papeles, los retratos de mis seres queridos, en fin, todo. Lo irreemplazable porque no se venden ni pueden pedirse a través de los proveedores digitales las fotografías que guardaba como testimonio de que había vivido ni tampoco las anotaciones en los márgenes de las lecturas de las que tanto había disfrutado. Ni los borradores de mis trabajos desaparecidos para siempre. Los contratos, las escrituras, los testamentos, el dinero, no mucho, los recibos, las joyitas que cada uno guarda para adornarse cuando llega la ocasión. Los muebles, los enseres domésticos pueden ser repuestos, es un sacrificio económico, lamentablemente muchas veces imposible de asumir, pero las cosas auténticamente importantes no están en la nube y son insustituibles.
Tantos detalles hacen que el futuro de los asolados por este infausto acontecimiento sea incierto. Desde el necesario reemplazo de algo tan esencial como los documentos de identidad, por ejemplo, produce una angustia vital. El teléfono móvil donde almacenamos tantos datos imprescindibles, las claves, las tarjetas de crédito, los números de los amigos y conocidos que antes memorizábamos y hoy confiamos al misterio informático del cual estamos parece que irremisiblemente enganchados. La DANA, maldito acrónimo de depresión aislada en niveles altos, ha transformado, desgraciadamente, a muchos en hombres y mujeres nuevos como si hubiese nacido hoy. 'Dana' será la palabra del año. A ver cuando puede ser 'paz'.
La abogacía, tanto la institucional, como la de pie de calle si es que esta división puede hacerse, no ha requerido invocación de terceros. Ha actuado. Tanto el Consejo General de la Abogacía Española como el Valenciano, los Colegios, aquilatando la gravedad del asunto, han decidido dar asistencia jurídica gratuita a los afectados y cautelar los derechos de los ciudadanos reclamando urgentemente suspensión en las vistas y procedimientos judiciales, en la interrupción de los plazos procesales y administrativos para evitar pérdidas a la ciudadanía imposibilitada de actuar. Con mayor o menor reticencia de las autoridades han conseguido inhabilitar términos, aplazar actuaciones de imposible realización hasta que no digamos se normalice la situación, pero al menos no sea de imposible cumplimiento el movilizarse y comparecer. Con pasmosa velocidad se han preparado los documentos útiles para demandar esa justicia y se han puesto a disposición de los profesionales en beneficio de sus clientes. Y todo ello, sin que nadie se lo pidiese. Dentro de la tristeza, me siento orgulloso de ser abogado.
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