Mujeres y hombres de la calle
Ahora hay todo un elenco de personas que se están ganando la vida de manera nómada pero no digital. Con sudor y esfuerzo, ingenio y disponibilidad de horarios
En un oasis de palmeras a la altura de las torres de Playamar, las del arquitecto Lamela, algunas mañanas de fin de semana se pone ... un fornido monitor a bailar con entusiasmo, con una coreografía aeróbica, dando instrucciones y provocando la risa de un grupo de señoras de más de 50 años. Están felices y, cada fin de semana, son más. Cuando notan que alguien se queda mirando, con la legaña recién quitada y sabor en la boca a chute de cafeína, ellas animan a que se unan, como cuando se gritaba en una manifestación aquello de «no nos mires, únete». He visto que el monitor, que coloca cerca un cartel con su teléfono de contacto para reservar, también organiza quedadas en el paseo marítimo de Málaga.
En otro de los oasis, esta vez más hacia Los Alamos, cercano a esos pisos que pasan por ser los más caros del litoral de Torremolinos y, por ahora, también de Málaga ciudad, son chicas más jóvenes las que levantan pesas y hacen abdominales a ritmo de las instrucciones de otro monitor, que también echa mano de la música para dar algo más de motivación a las que quieren conseguir la conversión del michelín en músculo. También tiene un cartel con su contacto. Por lo que he podido observar, él se encarga de llevar los instrumentos de una tortura inicial que luego se torna en placer gracias a las endorfinas y a empezar a verse los brazos rumbo al estilismo de la reina Letizia, sin querer llegar a ese punto.
Todavía un poco más hacia Málaga, una fila de practicantes de yoga espera que abran un chiringuito de esos que han decorado con mucha madera, paja, mimbre y un puesto para un pinchadiscos en la terraza. La marcha nocturna se torna en sesión de yoga y meditación por la mañana. También hay cola para meterse en el cuerpo desayunos muy de crepe, de salmón ahumado y aguacate, de zumos exóticos, que hacen echar de menos el pitufo mixto y el mitad doble en vaso.
Ya en el paseo marítimo de Málaga, en la explanada de delante del museo ruso, rara es la tarde en la que no se cita un grupo a hacer gimnasia de toda la vida que ahora se llamará con un nombre en inglés. También siguen las instrucciones de monitores que no las dan gratis. Al final, nos hemos creído eso de que Málaga es el mejor gimnasio al aire libre, aunque sigan proliferando los de interior con corredores de cintas, cascos y miradas perdidas. Para gustos, colores, como los que ellos se pierden si no hacen ese ejercicio cuando el sol hace su entrada o cuando se va.
Pero no sólo se queda para mover músculos a cambio de una cantidad de dinero. Un día de estos hay convocada una paella en el campamento Benítez por un grupo enorme de gente que se mueve por facebook y whatsapp para echar unas horas, unas risas y, a ser posible, ligar, que Tinder es un éxito pero un plato de arroz, una presentación y un tinto de verano también puede hacer magia. En ese caso, se pide una colecta para pagar la compra de los ingredientes y el aceite del sofrito está por las nubes. Que se habla mucho del litro de la gasolina y demasiado poco del de aceite de oliva.
En la playa de La Malagueta se suele convocar, en inglés, a aquellos que quieran bailar a ritmo de DJ pero con auriculares puestos, para no molestar a nadie. Tengo pendiente ir porque me parece un poco marcianada. Civilizada, eso sí.
Por el centro histórico últimamente hay quedadas para visitarlo como si fuera un 'scape room', o sea, con un itinerario con pruebas, enigmas que resolver e historias que contar. ¿Para qué encerrarse en un piso cuando la ciudad puede ser tu tablero de juego?
Está claro que en la calle ya no hacen solo negocio las terrazas de los bares, los puestos de venta ambulante, los almendreros, quiosqueros, caricaturistas –como ese estupendo que se coloca en el Parque– o los guías oficiales o de free tour. Ahora hay todo un elenco de personas que se están ganando la vida –expresión que cada día me parece más bonita– de manera nómada pero no digital. Con sudor y esfuerzo, ingenio y disponibilidad de horarios. Con manejo de las redes sociales, de Eventbrite, Meetup, todas esas páginas donde, además, te das cuenta de que la colonia de extranjeros viviendo en Málaga es ya tan amplia que empiezan a tener una intensa vida social paralela, con convocatorias en inglés para fiestas en terrazas, excursiones en kayak e intercambio de consejos sobre el marketing de las startups.
Cuando paseo y me topo con cualquiera de los descritos y sé que cobran por un trabajo muy digno –lo de hombres y mujeres de la calle adquiere otra acepción– sólo deseo que ningún funcionario municipal decida regular esas actividades. Si lo hiciera, Dios no lo quiera, sería un ejemplo de cómo la regulación lo que hace es favorecer a las empresas grandes en detrimento de personas como las de ahora, que son sus propios jefes. Se empezaría por una ordenanza, si no existe ya, en la que se prohibiría cobrar por actividades no reguladas en la vía pública.
Por el centro histórico últimamente hay quedadas para visitarlo como si fuera un 'scape room'
Se pasaría a poner un precio de ocupación de calle por horas, pongamos, o se obligaría a sacar una licencia que se les habilitara para poder realizar esas actividades. También podrían acotarse zonas en la ciudad donde poder llevarlas a cabo y sacar una concesión. Entonces, podría ocurrir, que los pliegos fueran tan complicados que solo interesaran a empresas con asesoría jurídica capaz de entenderlos, con pulmón financiero suficiente como para hacer frente a las exigencias y con mucho callo en la ley de contratación del sector público. Pudiera pasar que esas empresas, con mucho despacho y poco personal en plantilla, acabaran contratando a los mismos que hoy en día realizan esas actividades pero por menos dinero que el que se consiguen sacar hoy en día.
Así que, cuando pasen y vean a esas señoras alegres bailando a tope a las diez de la mañana, a esos chicos que levantan pesas con instrucciones y con brisa, a esos otros que han ido a una quedada para aprender a pintar paisajes a acuarela, admiren el capitalismo en su estado más puro: el cobro de un servicio satisfactorio. Y ojalá ningún burócrata le dé vueltas al asunto.
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