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Los muertos

El extranjero ·

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Domingo, 15 de julio 2018, 09:59

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La familia de Utrera Molina ha demandado a Teresa Rodríguez y a Gabriel Rufián por involucrar al antiguo ministro de Franco en la ejecución de Salvador Puig Antich. Puig Antich fue el último ejecutado en España por el brutal sistema del garrote vil. A saber si hay algún método de aplicación de la pena de muerte que no sea, por definición, brutal. He conocido a dos personas que estaban en la cárcel Modelo de Barcelona el día en que mataron al joven activista del MIL en la paquetería de la cárcel. Coinciden en lo sobrecogedor de la madrugada, en ese silencio que auguraba la ejecución y que ponía de manifiesto la absoluta insensibilidad del régimen de Franco no ya con los derechos humanos sino con la humanidad misma.

Si algo pudo definir a Franco fue el reverso de los tres valores que el legítimo presidente de la II República pedía a los españoles en medio de la Guerra Civil. Paz, piedad y perdón. Ninguna de las tres P tuvo jamás cabida en los 39 años de gobierno franquista. Más que paz -algo de lo que tanto se vanagloriaba el régimen- lo que hubo fue tranquilidad. Tranquilidad de tranca. Piedad ninguna. Y perdón menos. La posguerra fue una maquinaria de aniquilamiento del adversario. Las ejecuciones, con unos juicios sumarísimos o completamente faltos de garantías, se prolongaron de modo feroz durante muchos años después de acabada la guerra. Hasta dos meses antes de morir el llamado caudillo hubo ejecuciones. La reconciliación nunca entró en los planes de este individuo ni en lo más cerrado de su entorno. Esa es una realidad perfecta y fácilmente contrastable. La Historia y los datos están al alcance de quien quiera leerla o mirarlos.

Y así deberíamos considerarlo. Historia. Pasado. Un pasado oscuro que acabó con un proyecto democrático y que inició su andadura con el golpe de estado sumamente violento que idearon Sanjurjo y Mola, y al que se sumó Franco. El desempolvamiento de la Ley de Memoria Histórica y el traslado de los restos del dictador van a reactivar ese pudridero. Pero haríamos mal en introducir sus miasmas en la vida política. De la guerra han pasado más de ochenta años, de la muerte de Franco vamos para el medio siglo. Utrera Molina, que por cierto hizo el raro malabarismo de ser al mismo tiempo falangista y franquista habiendo sido Franco el gran laminador de Falange, está muerto. Teresa Rodríguez y el infausto Rufián tienen derecho a manifestar sus ideas, pero asociar el pasado con el presente no siempre es una buena opción. Sobre todo cuando los separa un abismo y la simetría es imposible. Decir que el PP es una herencia del franquismo vía Fraga es falso por mucho que Fraga tuviera un pasado notoriamente franquista -aunque no tan recalcitrante como el de Utrera- y fuese el fundador del PP. Este partido y quienes lo dirigen, gusten o no, no tienen aspiraciones dictatoriales. Es evidente. Mejor dejar que los muertos entierren a sus muertos. Ya es hora de que la vida política sea otra cosa.

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