Que se muera el jefe
Tradición. Seis o siete curas reunidos por zoom pidiendo que el papa ascienda a los cielos cuanto antes. Tradición de la Iglesia cimentada desde los ... primeros episodios del 'Génesis', con Caín usando una quijada de burro para solventar las diferencias agrícolas con su hermano. Y tradición generalizada en algunos colectivos, empresas o negociados donde se especula con la desaparición del jefe que incordia o tapona el ascenso y el ansia de ocupar su puesto. Los sacerdotes de Toledo y sus compinches de otras latitudes, lógicamente, no aspiran a ocupar el trono del papa Francisco. El argentino les queda lejos. Pero les cae gordo. Muy gordo. En eso no están solos, este es un papa algo meloso, con pasado un tanto zigzagueante y con propiedades del tópico argentino lo suficientemente notables como para abrazar al brabucón Milei, su cara B, o decir boludeces tomadas como guiños a la progresía.
Una tradición la de echar mal de ojo al jefe, pero que chirría cuando los que lanzan la maldición a los cuatro vientos son pastores de la Iglesia, gente supuestamente entregada a la piedad, cultivadores de la compasión. Quizá por eso revistieron de bendición su patente malquerencia. Que suba al cielo el santo padre. No que arda en el infierno ni se pudra en el purgatorio, si es que sigue existiendo tal local del ultramundo. Eso sí, que suba pronto, que afloje y le salgan alas, aunque sean de pollo, y trepe a las nubes.
El inevitable populismo de Francisco (inevitable si quiere adaptarse mínimamente al presente y no entregar una nueva remesa de millones de católicos latinoamericanos a las corrientes evangélicas) subleva a los cuadros más conservadores de su plantilla. No en vano uno de los intervinientes en el zoom de la polémica (el sacerdocio siempre ha estado profundamente seducido por los aparatos electrónicos y la microfonía) daba a los espectadores del pequeño cónclave la bienvenida «a la trinchera humilde de Cristo Rey, a la contrarrevolución hispánica de la defensa de la tradición católica». Y qué mejor tradición que esa, la de querer mandar al jefe al otro barrio. Hay que rezar mucho y más fuerte, pedían los otros intervinientes, para que el papa apresure su traslado al paraíso. Parecían políticos de bajo pelaje hablando de otros políticos, no necesariamente de un partido diferente al suyo. A saber si Ábalos tiene a Pedro Sánchez en sus oraciones y le desea una pronta vida en el otro mundo, es decir, en la oposición. Presumiblemente no, porque el exministro afirma que sigue agarrado al catecismo socialista. Pero quién sabe, en los últimos tiempos el cambio de opinión se ha convertido entre los suyos en tradición.
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