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Defender los logros propios no debe pasar nunca por despreciar los ajenos; además, la arrogancia no es una buena actitud ante la vida (y si va mezclada de ignorancia, resulta patética). Las afirmaciones de la sra. vicepresidenta, Carmen Calvo, sobre el feminismo («no es de todas, sino que se lo ha currado el socialismo»), reflejan arrogancia, algo de ignorancia y mucho de sectarismo. Lo de «mira, bonita» no deja de ser un término coloquial propio de una reunión interna. Es evidente que el feminismo reúne un conjunto heterogéneo de posturas y movimientos, y en esa línea es razonable reivindicar una orientación concreta, siendo verdad que desde la izquierda (no solo los socialistas) históricamente se apostó de forma decidida por el papel de la mujer en la sociedad, insertándolo en el contexto socioeconómico de la lucha por una sociedad más justa. Pero dicho lo anterior, es temerario plantear un monopolio ideológico de la idea moral (y jurídica) que hoy impregna la sociedad y las leyes: El feminismo, como lo define la Real Academia Española, es un «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre». Esto es de todos y todas, y además es una consecuencia del principio de igualdad recogido en nuestra CE (art 14), que supongo, que tampoco es monopolio de la sra. Calvo y del PSOE. En definitiva, convertir en algo propio un principio estructural de nuestro Derecho, no es propio de personas serias.

En esta materia, la historia enseña mucho, y limitándonos a España y a tres ejemplos, cabe recordar que la primera ministra de la democracia fue Soledad Becerril (UCD) y que el primer gobierno de Felipe González no incluyó a ninguna mujer. En los tiempos duros del franquismo, las reivindicaciones más elementales (divorcio, despenalización del adulterio, legalización de los anticonceptivos), eran protagonizadas por una minoría de mujeres, en general encuadradas en el PCE, que de hecho era, a diferencia del PSOE, el principal partido de oposición a la dictadura. Y echando marcha atrás en nuestra historia, conviene recordar que el debate sobre el voto femenino en la Constitución de 1931 tuvo como protagonistas femeninas esenciales a dos de las tres mujeres en las Cortes Constituyentes de 1931: Clara Campoamor (diputada por el Partido Radical de Lerroux, aunque era fundadora de la Acción Republicana de Azaña) y Victoria Kent (Partido Republicano Radical Socialista). Margarita Nelken (PSOE) es elegida diputada en octubre del 1931 (más tarde que Campoamor y Kent, elegidas en primera vuelta en junio). Cuando se discutía el art. 36 (antes 34) de la Constitución, relativo al voto femenino, la mujer que defendió con más fuerza este derecho fue Clara Campoamor, mientras que Victoria Kent, gran mujer y jurista, apelando a la falta de adhesión femenina a la República, consideraba «peligroso conceder el voto a la mujer». Es de justicia reconocer la postura del PSOE, y así su diputado Manuel Cordero clamaba en las Cortes por el voto femenino. Por tanto, de monopolio, nada.

Conclusión: Las argumentaciones fundadas y la mesura evitan las hipérboles, y en algunos casos, el ridículo.

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