La Tribuna

Migrantes, ¿miedo o esperanza?

José Antonio Satué

Obispo de Málaga

Domingo, 5 de octubre 2025, 02:00

Hablar de migraciones no es tarea sencilla, pues se trata de una realidad compleja, con múltiples aristas: humanitaria, social, laboral, cultural, religiosa, educativa, legal, policial, ... etc. Además, el crecimiento de la población migrante genera inquietud en algunos sectores. En julio, la provincia de Málaga registraba 320.766 personas extranjeras censadas, lo que representa aproximadamente el 18% de su población, según datos del INE. En Melilla, la presencia migrante también es muy significativa.

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Asimismo, la durísima situación que atraviesan tantas personas migrantes se ha convertido, lamentablemente, en munición para la confrontación política. Tanto es así que, según el CIS, en 2024 la inmigración llegó a ser percibida como el principal problema por los españoles. En julio de este año, el barómetro de este Centro la ubicó en tercer lugar, tras la vivienda y la corrupción.

Recientemente, conversaba sobre este tema con un grupo de amigos en una cafetería. Uno de ellos expresaba su preocupación con cierta agresividad verbal. En ese momento, se acercó la camarera, muy amable, y comenzamos a charlar con ella. Nos contó que era dominicana y que, en ese bar, todos los empleados salvo el dueño eran inmigrantes. A raíz de esta conversación, alguien preguntó al amigo más inquieto si había tenido alguna experiencia negativa con personas migrantes. Resultó que ninguno pudo relatar un incidente de ese tipo.

Esta anécdota me parece reveladora. Los migrantes son fundamentales en sectores clave de nuestra sociedad: hostelería, construcción, agricultura, limpieza y cuidados. Se habla mucho de las ayudas que reciben, pero poco de su contribución al sistema de pensiones y al conjunto de la economía española. Algunos estudios afirman que este colectivo es el responsable de más del 25% del crecimiento reciente del PIB y de casi el 90% del empleo creado en 2024. Su aportación es crucial ante el invierno demográfico y el consiguiente envejecimiento poblacional que afronta España.

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Al hilo de estas reflexiones, quizá deberíamos preguntarnos si no merecen más atención otros fenómenos: el referido invierno demográfico, la resistencia de algunos desempleados españoles para ocupar ciertos puestos, o la desesperanza de muchos de nuestros jóvenes, que tanto les frena a la hora de formar una familia y de trabajar por hacer realidad sus sueños. Sería interesante profundizar en estos temas y preguntarnos qué modelo de sociedad estamos construyendo y qué tipo de personas se están formando.

Hemos de reconocer con realismo que la integración no siempre es fácil, y que una minoría puede generar conflictos que deben abordarse con los medios que la ley prevé. Sin embargo, lo que aúna a la inmensa mayoría de los emigrantes es su firme voluntad de ofrecer un futuro mejor a sus familias, enfrentando enormes dificultades. Lo vemos cada día en nuestras Cáritas parroquiales: el encarecimiento de los alquileres está empobreciendo a muchos malagueños y provocando hacinamiento y 'sinhogarismo' entre la población migrante; a pesar de los esfuerzos que están haciendo las instituciones públicas, como la Junta o los Ayuntamientos, y las diversas organizaciones sociales.

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Tampoco podemos obviar otros problemas graves que les afectan: jornadas extenuantes en el campo o en el mar, fraudes en la cotización o incluso formas de esclavitud moderna. A ello se suman los largos e inciertos procesos de regularización, la explotación sexual, el racismo y la violencia contra la mujer. Ante estas realidades, profundamente dolorosas, los partidos políticos deberían redoblar el diálogo para consensuar una legislación más ágil y eficaz, capaz de responder con humanidad y realismo a este gran desafío social.

La comunidad católica en Málaga y Melilla se une a asociaciones como Málaga y Melilla Acoge, ACCEM, Médicos del Mundo Melilla o Cruz Roja. Lo hace desde la convicción de que los más necesitados deben estar en el centro de nuestra vida, como enseñó Jesús de Nazaret. Gracias a la labor de Cáritas diocesana y parroquiales, la Fundación Prolibertas, Frontera Sur, la Casa Betania y la Ciudad de los Niños, la Iglesia aporta su grano de arena a esta realidad que afecta a miles de personas en nuestra diócesis.

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Sé que se está haciendo mucho, pero no podemos conformarnos. Debemos superar las actitudes utilitaristas que valoran a los migrantes solo por su utilidad económica. Practiquemos los cuatro verbos que el papa Francisco propone para abordar la migración: acoger, proteger, promover e integrar. Sigamos la invitación del papa León XIV a recibir a las personas migrantes «como una verdadera bendición divina, una oportunidad para abrirse a la gracia de Dios». Avancemos en el compromiso de construir comunidades que sean hogares y escuelas de la 'cultura del encuentro', donde nadie se sienta extranjero y todos podamos vivir en fraternidad.

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