De cuando la Merced era Yonkilandia

VOLTAJE ·

Martes, 12 de abril 2022, 09:19

He estado recordando aquellos tiempos en los que la Plaza de la Merced era territorio comanche y de todo el disparate que podía caber en ... tan poco espacio. No fue hace tanto; históricamente, menos que un suspiro. No somos tan mayores. La melancolía sobrevino en una cena intergeneracional, la otra noche. Excepto uno de los integrantes, que había nacido de manera inverosímil en el año 2001, los demás éramos del 82 para atrás. Hablábamos de esta certeza tantas veces repetidas, que dice que antes el Centro no se podía pisar. Y es verdad. Algunas calles daban miedo. Los domingos por la noche eran un páramo. Sólo se podían encontrar reminiscencias. También estaba el botellón. El de 2001 nunca había estado en uno, no por falta de ganas, y tenía una idea difusa y un tanto idealizada de en qué consistía todo aquello. Tampoco tenía mucho misterio. Básicamente era juntarse y emborracharse, que es lo que lleva haciendo casi toda la humanidad desde que descubrió el vino.

Publicidad

Nos entró un pequeño pánico a la decrepitud cuando hablamos en pesetas. Pienso que no hay cosa más antigua que pasar los euros a pesetas, pero ahí estaba yo. Hablando en pesetas. El niño, incrédulo ante la posibilidad de salir por la noche con 6 euros. Y con tres euros más, podías volver en taxi. Con 2.000 pesetas se podía hacer noche de señorito y a partir de ahí era fetén, por falta de costumbre; muchos fueron auténticos innovadores en la búsqueda infinita de la manera más barata de emborracharse. Un cartón de Don Simón o Gran Duque (que es la misma diferencia que Rioja o Ribera) con sus dos litros de fanta de limón, y ya tenían el apaño hecho. Lo valoramos en 200 pesetas. Se podía ligar pidiendo hielos. La parte más inverosímil la prestaban los fijos de la plaza, bien sea de la Merced o del Teatro, lugares en los que Jesús Quintero podría haber rodado varias temporadas de entrevistas con toda la tranquilidad del mundo. La Plaza de la Merced era el Times Square de la Cruz Verde.

Siempre había alguien, y la mayoría de ellos compartía ese punto que tienen los toxicómanos, que les hace parecer indestructibles. Como si tuvieran cien vidas. Pero luego, de repente, desaparecen. Quién sabe dónde estará Mónica, que era tan simpática. O uno que daba peor rollo, pero resultaba agradable, por silencioso, y sobre el que circulaba una leyenda que decía que tenía un miembro viril tatuado en la espalda. Qué habrá sido de esa gente ahora que el Centro, supuestamente, sí se puede pisar. Cómo se puede haber nacido en el año 2001. Por qué los del 82 para atrás no sentimos mayores, pasando los euros a pesetas, acordándonos de ellos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad