Melancolía
La he notado, sobre todo, en las personas mayores que empiezan a perder las ilusiones juveniles, plantearse el futuro cercano y recordar a los amigos ausentes
Baltasar Cabezudo
BIÓLOGO
Lunes, 20 de octubre 2025, 02:00
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero
Elegía ( ... Miguel Hernández, poeta)
Parece que fue ayer cuando nací y ya estamos llegando a la meta. Los recuerdos vividos en varias ciudades se me agolpan en estos momentos de mi vida, Ceuta, Murcia, Melilla, Sevilla, Córdoba, Granada, Almería, La Laguna y Málaga. Los más antiguos que tengo son de Ceuta, con 3 o 4 años, jugando en casa con mis padres, o quizás sean falsos recuerdos producto de una foto antigua que vi algunos años más tardes. Hasta ahora tenía claro que era una persona adulta, hoy estoy empezando a sentirme una persona mayor. Mala cosa, será la melancolía, una distimia ocasional y potencialmente peligrosa, sobre todo en estos tiempos del otoño de nuestras vidas. Es complicado no caer en ella, pero es importante evitarla.
La melancolía, melas kholé o bilis negra de los griegos, llega sin que nadie la llame. La he notado, sobre todo, en las personas mayores que empiezan a perder las ilusiones juveniles, plantearse el futuro cercano y recordar a los amigos ausentes. Las cosas importantes, por lo general y salvo imprevistos de última hora, siempre las tenemos en orden, al día y preparadas para el futuro. La familia, el testamento, el pago de la hipoteca o del alquiler de la casa, los seguros, hacienda, los eternos préstamos bancarios, etc. Por el contrario, produce intranquilidad no tener claro cuál será el futuro de los pequeños tesoros que, sin ser importantes para los demás, son los que nos han acompañado desde siempre. Pequeños caprichos que no sabemos si les interesará conservar a nuestros familiares o terminarán en el contenedor de la basura. Me encantó la cita de Peter Zumthor sobre «el amor de las cosas cotidianas, banales y tangibles» en 'Elogio de la melancolía' (László Földényi, 2023).
Los pequeños y banales tesoros personales son de muy diversa índole. Cartas de amor juveniles, fotos antiguas, novelas poéticas de adolescentes, álbumes de cromos, una canción, colecciones variopintas, entrañables juguetes infantiles, etc. Reconozco, por mi parte, estar preocupado por el futuro de varias de mis banales posesiones, entre ellas 'El rayo que no cesa' de Miguel Hernández, el 'Diario de guerra' de mi abuelo Pedro, desaparecido en Marruecos (1924), los posters de 'No a la guerra', del 'Alcornoque de Doñana y su fauna', el de la 'Mujer en el baño' de Roy Lichtenstein (1963), el vinilo de 'Para la libertad' (Serrat, 1972) y sobre todo de mis pequeñas colecciones de sellos y monedas.
Los sellos es el mejor recuerdo que tengo de mi padre. Él empezó una pequeña colección de sellos usados. Los nuevos, para él, no eran sellos auténticos, nunca habían viajado llevando noticias, buenas o malas, de un lugar a otro. Recuerdo que, siendo estudiante en Sevilla, todos los domingos le compraba, en la plaza de Santa Marta, sellos usados para rellenar algunos huecos en su colección, como el curioso de dos pesetas del 'Franco rojo'. Antes de morir mi padre me regaló su colección, sabía que yo la continuaría. Los sellos de mi padre me producen dos tipos de melancolía, la nostalgia del pasado y la preocupación por su futuro. Las monedas y billetes, que guardo con cariño, son recuerdos de mis viajes y de mis incursiones en los bolsillos de mis familiares buscando las monedas de pequeños valores, revisándolas con paciencia en busca de rarezas y novedades. Mis nietos no me entienden cuando les hablo de mis perras chicas y perras gordas, supongo que piensan que ya estoy un poco ido. Quizás tengan razón. Estas monedas perrunas son el mejor recuerdo económico de mi infancia y de las chucherías que se podían comprar con ellas en la puerta del cole.
Quizás tengamos que volver al tiempo de los faraones y otras culturas en las que, a los fallecidos, se les enterraba junto con todas sus pertenencias personales, las importantes y las banales. Quizás nuestras posesiones banales puedan tener, todavía, una oportunidad y quedar fuera de nuestras pirámides, ya veremos. Bueno, dejemos aparcada la melancolía, y que los recuerdos del pasado no nos arruinen nuestro caminar hacia el futuro. Como personas sociales que somos, todavía podemos hablar, sin complicarnos la vida, de almendros, rosas y otras muchas cosas banales, compañero.
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