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Mediocridad

Antonio Ortín

Málaga

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Lunes, 26 de noviembre 2018, 00:07

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Observo y comparto la indignación que ha provocado el escupitajo a Borrell en el Congreso y dudo si la siguiente pregunta que nos hacemos es si, en realidad, no tenemos lo que nos merecemos. Porque no veo tanta diferencia entre el salivazo por parte de este diputado de ERC y el ejercicio de matonismo de los taxistas de Sevilla para boicotear mediante el chantaje el mitin de Susana Díaz del jueves. Esta doctrina del escrache y el insulto es el resultado soez de nuestra renuncia al civismo. Tanto Gran Hermano y tanto convertir en prescriptores a los mamarrachos con chispa de Twitter y Youtube están haciendo que nos dejemos en el camino la habilidad de una convivencia inteligente y crítica.

No hay más que ver el simplismo de esta campaña del 2D, donde prometen Bajadas Masivas de Impuestos quienes se niegan a eliminar el robo a mano armada que supone las plusvalías; asegura que hará quince hospitales quien ni siquiera cubre las bajas de vacaciones de sus médicos en verano y, en medio, el esperpento de disfrazarse de Khaleesi, Star Wars o, en fin, veremos lo que nos depara aún esta recta final de campaña. Y todo, sin que nadie diga 'oiga, hasta aquí', quizá porque tenemos al personal narcotizado con las sevillanas de María del Monte o el consultorio sentimental de la Tercera Edad de Juan Y Medio en el 'prime time' de la televisión pública andaluza.

Por eso, el episodio lamentable de Rufián y sus sicarios no es más que otra bochornosa muestra de que el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo es un reflejo de nosotros mismos. De un país que aborda una urgente reforma educativa y la primera propuesta es cargarse la filosofía o que los alumnos puedan terminar el Bachillerato con dos suspensos. Como si no se lo estuviésemos poniendo fácil desde hace años con esa memez de la atención a la diversidad, de rebajar el nivel de exigencia de la clase al que va por detrás para no disgustarle ni a él ni al ampa, y castigar a los mejores a fuerza de frenar el talento.

A lo mejor, por eso, lo del 'lapo' de los rufianes del otro día es sólo el exhibicionismo grosero de un país que se escupe a sí mismo cada vez que encumbra a los de la pelota y condena a sus científicos a emigrar o a malvivir de una beca en un laboratorio; cada vez que premia el éxito fácil de uno de estos niñatos de OT mientras en los conservatorios los adolescentes pulen y pulen hasta la extenuación su talento para sólo poder sobrevivir en la excelencia. Cada vez, en fin, que este país deja de entender que no serán las generaciones que sueñan con sestear con un sueldo de funcionario quienes sofoquen el fuego a escupitajos cuando nos asfixie el humo de nuestra propia mediocridad.

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