La llamada nueva normalidad es una franela de curro-romero que nos invita a ser engañados y dirigirnos hacia ella con trote alegre. No tiene ... ninguna de las enes, puesto que ni es novedosa ni se parece a nada que podamos considerar normal. Por contra, lo que pretende es la recuperación de nuestra actividad continuando con la realidad cambiada a la que nos hemos acostumbrado en los últimos veinte meses. Y es la única solución posible, salir de la trinchera con la escafandra de un porcentaje de vacunación comunitario ya cercano al 75% en nuestro país, valor que por cierto no puede todavía ser considerado inmunidad de rebaño en modo alguno, que esta llegará con el 90%. Nos toca vivir rodeados de emes, que las que eran tres ahora ya son seis y crecen en proporcionalidad inversa a la regresiva evolución de la pandemia. «Minimizar» contactos, «más» ventilación, «mascarilla», «mantener» distancia, «manos» limpias y «me» quedo en casa si tengo síntomas son los nuevos mandamientos del Gobierno de España para sus ciudadanos en cometido de Salud Pública. A los fans del divo señor Leiva siempre nos quedará la nostalgia de su Eme despechada, la única que habíamos conocido antes del 2020. Estas de ahora nos vienen muy largas y son muchas emes para ponerles la palabra normalidad al lado.
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El presidente de la Junta declaraba hace cinco días que los expertos de su Comité Regional de Alto Impacto en Salud Pública le habían trasladado que «la pandemia está prácticamente vencida», presumiendo ya de una tasa de incidencia acumulada autonómica de menos de 100 casos por 100.000 habitantes en las últimas dos semanas. Este triunfalismo sin precedentes era un chorreón de aceite picual andaluz imposible de solubilizar en el vaso de agua informativo del día anterior del Ministerio de Sanidad, que notificaba los 194 muertos registrados en las últimas 24 horas como la cifra de mortalidad más elevada desde mayo y, además, el Everest de letalidad de la quinta ola. Si sumamos la nota publicada un rato después por la OMS que augura unos 235.000 muertos en Europa por Covid-19 antes del 1 de diciembre de este año, podemos inferir en cierto modo que nuestro futuro inmediato va a ser de contradicciones, subidas y bajadas ¿Qué otra cosa puede esperarse, por ejemplo, de unas medidas en nivel uno de alerta que parecen un chiste al permitir «la vuelta al aforo completo en teatros, cines y auditorios pero manteniendo la mayor distancia interpersonal posible y las condiciones higiénico sanitarias? Que yo sepa, o hay aforo completo o hay distancia de un metro y medio, ambas cosas no son posibles. Y, ¿cuáles son las medidas higiénico sanitarias? ¿acaso poner dispensadores de gel hidroalcohólico a la entrada de los espectáculos o seguir con la estupidez de la toma de temperaturas, algo esto último que es inútil según todas las sociedades científicas y atenta además contra la protección de datos? Aquí las únicas medidas posibles son exigir para la entrada a cualquier espectáculo el certificado de vacunación y entregar una mascarilla a estrenar a cada persona controlando y exigiendo su uso correcto todo el tiempo. Y los negacionistas, que se queden en su casa o se vacunen si quieren participar de la vida social, que es lo mínimo exigible por concepto de base solidaria. Pero claro, para eso hace una falta una Justicia menos ñoña que la andaluza, donde el TSJA ha decidido ir contra la Junta y poner el derecho a la intimidad y el principio de no discriminación de los no vacunados y negacionistas por encima de la salud pública, cuando está demostrado ampliamente que las posibilidades de contagio, enfermedad sintomática y muerte tras infección Covid se disparan entre los no vacunados. A veces la Justicia es demasiado complicada para las mentes de ciencia, como la mía.
Va a ser inevitable, por tanto, que el levantamiento de las restricciones asociado al otoño se acompañe de un aumento de contagios, que pasará por que ese movimiento epidemiológico ya lo hemos vivido hace un año, justo entre ola y ola ¿Y entonces? Pues veremos subir la tasa de incidencia otra vez y será el momento de que no cunda el pánico y no empecemos de nuevo con la escalada del nivel de alerta. Habrá que aguantar el tirón como sea. La clave para guiarnos será la evolución de hospitalizaciones y para ello será esencial haber llegado al ansiado 90% de población vacunada mayor de 12 años. Y eso ya depende sólo de los ciudadanos, y de nuestra conciencia porque vivimos un momento en el que no hay escasez de vacunas en nuestro medio y son ya los camiones preparados los que buscan a los españoles no vacunados, y no los ciudadanos los que hacen cola a las puertas de los centros para inmunizarse. La demasía de vacunas de todo tipo nos ha presentando, también, el escenario de la aplicación de tercera dosis a los llamados grupos de riesgo, que fueron los primeros en vacunarse. Como si fuésemos muñecos a los que se les acaban las pilas. Me faltan las evidencias científicas que lo justifiquen y, en su defecto, la explicación del porqué de esta tercera dosis por parte de quienes lo están indicando, llámese Consejería de Salud o Ministerio de Sanidad. Porque esto da paso al conflicto ético que nadie plantea de por qué en un mundo global nos vamos en Europa y España a dosis de recuerdo cuando el 93% de habitantes en países en vías de desarrollo (el 95% en África) no ha tenido contacto aún con la vacuna. Los grandes tabloides nos engañan al más puro estilo estadístico informando que el 43% de la población mundial ya ha recibido al menos una dosis, y yo lo parangono con el mal chiste de que si yo me como un bocadillo entero y mi primo me mira, la media aritmética me dice que nos hemos comido medio cada uno, cuando él estaría lampando que decía mi abuela. Y mientras la pandemia no se entienda como global y alguien (que no sea la OMS con su catastrófico y fracasado programa Covax) tome las riendas de la equidad universal, nunca estaremos en una nueva normalidad. Las cepas seguirán mutando y habrá que vivir con el virus. Por eso, prefiero usar «distinta realidad», a lo Matrix, y dar de lado que esto sea una nueva normalidad.
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