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Matar a Gandhi

Voltaje ·

Muchos líderes de la humanidad no soportarían el actual escrutinio de la opinión pública

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Viernes, 10 de noviembre 2017, 09:33

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Desde que el actor Anthony Rapp acusara a Kevin Spacey de tocamientos durante una fiesta en 1986, cuando el primero tenía 16 años de edad y el segundo 26, todo se ha torcido en la vida del protagonista de 'American Beauty'. Señalado mundialmente como un acosador sexual, Spacey intentó desviar la atención admitiendo su homosexualidad y echando la culpa al alcohol, pero a partir de entonces han sido muchos antiguos y actuales compañeros de rodaje quienes le han señalado como un sátiro. En un impulso moral provocado por el escándalo de violaciones del productor cinematográfico Harvey Weinstein, la plataforma Netflix ha cancelado la grabación de la sexta temporada de la serie 'House of cards' y va a volver a escribir el guión asesinando al personaje que interpreta Kevin Spacey en el primer episodio (esperemos que al menos así mejore la calidad de una serie en decadencia). Del mismo modo, el veterano director Ridley Scott volverá a grabar las secuencias de su próxima película en las que aparecía el actor, y que ahora interpretará Christopher Plummer. La vida profesional de Kevin Spacey está acabada. Y después de él van a venir muchos más.

Este tipo de reacciones de la industria puede provocar sensaciones enfrentadas. Por un lado, parece ejemplar que todo el mundo señale y denuncie el acoso y que nos plantemos frente a actitudes que no son en absoluto anecdóticas: no ha sido ninguna sorpresa conocer que en el mundo del espectáculo y en otros ámbitos profesionales -ya estén relacionados con el culto al cuerpo o no- el acoso sexual y el intercambio de favores estaban a la orden del día. Una situación de dominación jerárquica sirve a muchos y a algunas como detonante para cumplir sus fantasías a cambio de un trabajo o mediante la amenaza por perderlo. Pero por otro lado, y pasando por alto que una etiqueta en las redes sociales no parece el lugar más indicado para denunciar una violación, cabe preguntarse hasta qué punto el trabajo de un actor o las obras de un artista deben ser repudiados o quemados en la hoguera por determinados aspectos de la vida personal. Es decir, debemos aclarar si estamos dispuestos a que las circunstancias personales consigan borrar definitivamente el trabajo de algunos artistas.

Muchos referentes de la historia tienen una vida privada que para la moralidad actual sería más que discutible. Hemingway era un bruto. Picasso, un misógino. Caravaggio hoy sería acusado de pederasta. Hasta Gandhi, gran adalid del pacifismo y del respeto por los animales, ha sido señalado por varios historiadores como un racista y como un maltratador que reprimía con violencia a su mujer y a sus hijos. Seamos conscientes de que muchos líderes de la humanidad no soportarían el actual escrutinio de la opinión pública. Espero que se admita esta contradicción: es bueno que se condenen actitudes despreciables, pero también resulta lamentable que hayamos perdido la inocencia como espectadores.

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