Mascarillas mordaza
LA TRIBUNA ·
CÉSAR RAMÍREZ
Domingo, 3 de mayo 2020, 10:37
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LA TRIBUNA ·
CÉSAR RAMÍREZ
Domingo, 3 de mayo 2020, 10:37
La sanidad moderna no se reconoce en la caverna de Platón ni en el idealismo hegeliano. La filosofía y los problemas de salud son el culo y las témporas de la primavera española del 2020, líneas divergentes fruto del desastre de ocupar un ministerio sin mando con las sobras de la cuota catalana. Lejos de los cánticos de amor madridistas de cada minuto 7 en el Bernabeu, que todo es poco para el maravilla de Fuengirola, el valido del 18 del Paseo del Prado sólo recibirá las voces desesperadas de la rima consonante que nunca cumplirá, y que bien diría «Illa, Illa, Illa, yo quiero mascarilla».
Las mascarillas son la cabecera de proa de la llamada distancia social. Y se van a quedar una buena temporada. Mi madre me contaba lo del cuento de la Parrala, «que sí, a la Parrala le gusta el vino; que no, ni el aguardiente ni el marrasquino», y así ha sido pero al revés la historia de taparse la boca en la pandemia, que primero no hacía falta nunca y era un absurdo (una más de las cagadas simonas a la hora del angelus) y ahora ya tenemos asumido, por fin, su beneficio y necesidad. No quisiera ver ninguna criatura en la calle sin mascarilla, mejor no preguntarnos como la consiguen los que la tienen o el tiempo que hace que no la cambian, no querer saber algunas realidades está siendo algo muy propio de la pandemia Covid-19. Veo en mi consulta y en las calles gente con mascarillas deluxe a las que sólo les falta wifi, que éstas los sanitarios ni las hemos olido y somos Messi jugando con borceguíes medievales, ahora reencarnados en mascarillas de mierda, la mayoría sólo sirven para parar el perdigón y poco más.
Hace dos semanas el Gobierno de España mandó trescientas setenta mil mascarillas a Málaga, promocionando como un Plan Marshall algo que es una gran tomadura de pelo en una provincia con más de un millón y medio de habitantes, eran además ejemplares low-cost de 4 horas de uso como tiempo límite, no andamos a la sopa boba por aquí abajo. No se quieren enterar que para que lleguen a millones y a porrillo, que es lo que hace falta, y que la gente se las pueda comprar, que el estado está tieso, hay que salir del cuello del embudo que son las aduanas y que sea el flujo masivo de mascarillas, su exceso y la competencia lo que baje el precio, y no el intervencionismo estatal al estilo castrochavista.
Los españoles lucimos estos días, sin embargo, la abundancia del maná de una mascarilla de diseño exclusivo, la mascarilla mordaza. No lleva filtro, ni elásticos que te pongan las orejas de soplillo, no deja marca, tampoco hay que atársela, pero si que corta la respiración y te pone colorado por dentro. Las conexiones de las llamadas telefónicas tardan más de quince segundos, las teclas del smartphone bailan y fallan como nunca, las aplicaciones de comunicación popular limitan el número de reenvíos de aquello no sea afín al régimen y las manadas de trolls, cobardes como siempre, reaccionan en las redes sociales como fieras locas intentando desacreditar y rebatir contenidos que tengan más de 100 difusiones. Muchas voces del parlamento nos dicen que estamos intervenidos y vigilados todos, tenemos al podemita jefe del CNI instalado de gran hermano y para eso tampoco veo una vacuna cercana. Este es un tiempo para valientes, donde estamos viendo cuales son las personas y los medios de comunicación realmente independientes, que ya los oficialistas le hacen la pelota cada día a los picapiedra y están retratados.
La mascarilla mordaza es un suplicio para los que no soportamos la mano en la boca a la fuerza, así que hay que quitársela, contar la verdad a la gente. Y la verdad es que hemos estado totalmente confinados 7 semanas, que es una pasada insana, únicamente por la incapacidad del gobierno para proveernos de tests y mascarillas. Sí, sólo por eso. Que el tema de los tests es el perro del hortelano de Lope, que ni el gobierno los trae ni deja venderlos a los que sí los traen, que no ha sabido articular un circuito para su control no inquisitivo desde el mando único; y en los hospitales malagueños los sanitarios siguen sin tests, no hay otra verdad que contar. Que las existencias de mascarillas son ridículas y deficitarias. Y que con mascarillas y tests, estaría nuestro país andando ya desde hace 3 semanas. Que tenemos la mortalidad por millón de habitantes (m.p.m.h.) más alta del mundo pese a que somos uno de los países que tiene más gasto sanitario per cápita (53.500 $) y más camas de UCI (10/100.000 habitantes). Que se han contagiado y fallecido más sanitarios y más población vulnerable en España que en ningún país de entorno similar; que sí, que a nuestros ancianos los triaron en la fase aguda y no hubo recursos para todos, y que el Gobierno pone ahora a los médicos a los pies de los caballos diciendo que nunca puso la edad como un límite de ingreso en las UCIs. Que se ha demostrado que el único indicador fiable capaz de predecir la extensión de la pandemia en un país es la tasa de m.p.m.h. ajustada a la fecha de confinamiento; y en eso, nuestro país fue, después de Italia, el que se confinó más tardíamente (14 de Marzo) en relación a una más alta tasa de m.p.m.h., de 4 en esa fecha, excesiva y elevada, ay si lo hubiéramos hecho una semana antes. Y, por este mismo motivo, esa fecha de encierro fue peor para aquellas comunidades autónomas como Madrid, La Rioja, País Vasco o Castilla La Mancha (más de 4 m.p.m.h. en ese día) y mejor para Andalucía, con sólo 1 m.p.m.h. en ese momento, y estos son precisamente los datos que deben marcar la cronología de la desescalada, con nuestra comunidad autónoma entre las primeras. Que una vez instaurado el estado de alarma, la gente ha cumplido de maravilla quedándose en su casa, que no son héroes sino víctimas. Y que el Gobierno sigue haciendo el ridículo puesto que ahora nos mete una suerte de desescalada en carrerilla, que me recuerda el recogerse de un trono malagueño sorprendido en la calle por la lluvia, recuperar con las prisas el sitio que no se debía haber perdido.
Dice Woody Allen que «mi forma de bromear es decir la verdad; es la broma más divertida». Nos han querido meter en una comedia intentando esconder la verdad a base de bromas, memes y aplausos, que por cierto durarán lo que dure el miedo, ya luego vendrán de nuevo las hostias a la cara de los médicos. No estamos para bromas, sino para que nos traigan ya test a todos los españoles y mascarillas, muchas y sin mordaza, por favor.
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