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Venezuela es la democracia abandonada. La libertad con una suela en su cabeza. El escándalo de la fuerza. La esperanza sin billete de vuelta. Nicolás ... Maduro con su bigote y todo el frío de su lápida a cuestas.
El dictador bolivariano este pasado viernes se apoderó del poder en el país que no le votó. En una ceremonia a voces y mentiras disfrazadas, deglutió el cargo de presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Un acto de antropofagia totalitaria que tanto gusta a las dictaduras de izquierda. Una página más en el diario de la ignominia que soportan los venezolanos desde que Hugo Chávez, el «gorila rojo», tomó por la fuerza las instituciones del país, pervirtiendo el orden constitucional.
Un día antes al sepelio de la democracia en Venezuela, María Corina Machado apareció sonriente en un escenario del barrio de Chacao en Caracas. Vestida de blanco, con una bandera en alto, saludó a la multitud que coreaba su nombre. Su discurso encendió la esperanza en los manifestantes, y abrió el cielo de la esperanza. Después de meses de vivir en la clandestinidad, proclamó con determinación frente a los manifestantes: «¡Venezuela es libre!». Su voz es el aire fresco que necesita esa región castigada por el hedor de la ideología impuesta. Un país intervenido por lo peor de Rusia, Irán, Cuba, China y Nicaragua, que se ha convertido en un narcoestado en manos del Cártel de los Soles, con la compresión del Grupo de Puebla, y el blanqueamiento por parte de políticos españoles como Rodríguez Zapatero o Pablo Iglesias. Fueron apenas unos minutos en los que su presencia sacudió a un país entero, a un Occidente sordo, ciego y mudo. Subió a un improvisado escenario y tomó el micrófono con la firmeza de quien decide enfrentarse al miedo con la verdad como aliada. María Heroína Machado es la democracia con cuerpo de mujer. La bondad sin maquillaje, la belleza que otorga la justicia. A ella no la tienen que socorrer las feministas de despacho y subvención, moradas por fuera y rojas por dentro, que no saben distinguir lo vulgar de lo heroico.
Los venezolanos claman por la democracia, por instituciones sólidas, la separación de poderes; en resumen, por la libertad. Los países democráticos deben reconocer a Edmundo González como presidente electo de Venezuela y no mirar para otro lado. Después los tribunales internacionales deben dar órdenes de arresto y detención inmediata para todos los responsables de cometer atrocidades y crímenes de lesa humanidad en Venezuela. Hay que ponerle tan alto el coste a Maduro de quedarse que prefiera marcharse, asfixiando económicamente a todo su entorno. El apaciguamiento no funciona ante los dictadores. Venezuela será de nuevo grande en manos de sus auténticas heroínas democráticas.
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