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Las manos del futuro

La Tribuna ·

Todas las ideologías gestionadas por hombres a la manera de los hombres están fracasando en el empeño de enfriar el mundo. ¿Podrá hacerlo un mundo feminizado?

federico soriguer

Lunes, 1 de abril 2019, 00:21

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«Desfila el carnero macho al frente del rebaño, ufano, camino del matadero». Edgar Morin resumió  hace muchos años con esta metáfora la historia del machismo y del patriarcado. Una historia de poder y de gloria, de luces y de sombras, de sangre, de sudor y de lágrimas. Optimistas ilustrados como Pinker nos tienen que recordar que vivimos en el mejor de los mundos posibles. El pesimismo es reaccionario, dicen los optimistas. Pero, ¿es que acaso le importa algo al mundo nuestro estado de ánimo? Copérnico colocó a la Tierra en su verdadero lugar en el Universo, Darwin dio una estocada definitiva al misterio de la encarnación y Freud acabó con los misterios gozosos, hurgando en esa herida narcisista de la especie humana que la ha llevado a creerse la especie elegida por un Dios masculino, eterno, todopoderoso, del que nada sabemos salvo por sus oráculos. El anuncio de un final termodinámico es la última premonición sobre el fin del mundo. Es el certificado de defunción de toda esperanza en un futuro mejor. Los jóvenes lo saben por eso se está produciendo un movimiento que nadie había previsto. Todo comenzó, como corresponde al momento histórico, por una joven sueca de 16 años, Greta Thunberg.

Los adolescentes de todo el mundo comienzan a levantar la voz consciente es que son ellos los que se van a achicharrar en el futuro. Ya no esperan nada ni de sus padres ni de los dioses hechos a imagen y semejanza de sus padres. ¡Unos adolescentes responsables que miran el futuro! ¡Qué oxímoron! En estos comienzos del siglo XXI los niños y las mujeres interpelan al mundo y señalan a esas generaciones que han sido incapaces de detener este final entrópico que todas las señales luminosas nos anuncian. Lo que tenga que ser será dicen los deterministas, incapaces de parar el mundo. Hace muchos años, Savater anunció que en algún momento el futuro de la humanidad pasaría por una dictadura ecologista. Savater es solo un vitalista, no un profeta. Pero, ¿es posible algún consenso democrático en esta jungla  de miles de millones de personas y centenares de países y regímenes políticos? Un mundo en el que la única razón es la del capitalismo de casino, especulador y extractivo cuyo lema es: «A vivir que son dos días». No, no queda mucho tiempo para amansar a la fiera. El futuro es ya hoy y no parece que mañana amanezca con un nuevo orden mundial que revierta el calentamiento global a una velocidad lo suficientemente razonable como para que las profecías termodinámicas sean solo un mal sueño. ¡Cómo no van a estar preocupados los jóvenes!

Lo sorprendente es que nosotros, sus padres, sus abuelos sigamos aquí, mareando la perdiz, anunciando una y otra vez los incumplimientos de Kyoto, Estocolmo, Rio, Nairobi, Méjico, Paris. Nuevos plazos y nuevos veranos en los que la temperatura sube alguna décima más, confirmando año tras años los peores augurios de la ciencia. La segunda ley no perdona. Pero nuestros hijos e hijas, nuestros nietos y nietas ya no se conforman con paños calientes (sic). Es el fracaso de un mundo gestionado a la manera de los hombres erigidos en representantes de todo el género humano.

Es improbable que el mismo modelo que nos ha traído hasta aquí, patriarcal, belicista, extractivo, sea capaz de encontrar las urgentes soluciones a los problemas que el mismo modelo ha generado. De hecho es sospechoso que toda la esperanza esté ahora depositada en la tecnología, no en el cambio de modelo ni en la construcción de nuevos valores. No. La misma tecnología que nos ha traído hasta aquí nos salvará. Como si la tecnología fuese independiente de los valores. Una cuestión de fe. Una cuestión de hombres. Las mujeres nunca han tenido el poder real en el mundo. Todas las ideologías gestionadas por hombres a la manera de los hombres están fracasando en el empeño de enfriar el mundo. ¿Podrá hacerlo un mundo feminizado? Son ellas, las mujeres, las que pueden salvar el mundo.

No hay ninguna prueba empírica de que tenga que ser así, ni tampoco de que existan dos naturalezas distintas, las de los hombres y las de las mujeres, pero sí que hay dos historias distintas, la de los hombres y las de las mujeres, y, por eso, probablemente, dos maneras distintas de entender el mundo. La de los hombres, una manera antigua cuyo ciclo ha acabado, representado por el modelo patriarcal.

La de las mujeres, que hoy ocupan las calles, representado por el movimiento feminista, convertido en un patrimonio común de toda la humanidad. También los niños. Los grandes olvidados de las historia. Son hoy ellos los niños, los jóvenes, los que con su mirada limpia nos advierten de que hasta aquí hemos llegado. Hay que cambiar el mundo. Hay que liberarlo de estos estigmas que hunden sus raíces en el  Neolítico  cuando los recursos parecían ilimitados. Para imaginar a Dios y al diablo, los humanos no tuvieron que ascender a los cielos o descender a los infiernos. Les bastó con mirar a su interior reflejado en la mirada del otro. Ya fuesen hombres ya fuesen mujeres.

No, las mujeres no están libres del pecado de ser humanos, pero no han dominado el mundo. La responsabilidad del pasado ha sido sobre todo de quienes han ejercido el poder. Qué le vamos a hacer. Que cada palo aguante su vela. Los niños no tienen pasado, solo futuro. No será un empeño fácil. En medio del fragor de la batalla aun hoy los Trump, los Bolsonaros, los Abascal, los Orban, parecen jinetes flamígeros medievales sacados del ensueño de una noche tórrida. Jinetes apocalípticos que no será fácil descabalgar. Es mucho lo que lo que la humanidad se juega. Los niños su futuro y, hoy, ya, lo saben. Cuando en las calles, en las escuelas, en las casas, nos interpelan, deberíamos de sentir vergüenza. Si es que tal cosa sigue teniendo hoy algún significado para aquellos hombres que siguen creyéndose propietarios del mundo.

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