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Mañana

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Sábado, 30 de septiembre 2017, 09:46

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Cataluña es una democracia con el pelo cortado a hacha. Un otoño de calles con ruido subvencionado, urnas de los chinos, papeletas virtuales, frailes estelados, mozos sin escuadra y centro de prensa a 10 euros la silla. Su desvarío independentista tiene el tufo totalitario del pensamiento único, del acoso al diferente y del desprecio por la justicia. Qué pena de la tierra donde Serrat se ha convertido en un extraño y Otegi es abrazado.

La amenaza que supone su primero de octubre no debiera convertirse en el presente inacabado de la España constitucional. La celebración doméstica y reducida, aunque fuera en formato picnic, de su denominado referéndum, representaría el fracaso de las herramientas y procedimientos del Estado de derecho en pos de su defensa. Sería la victoria del planteamiento radical que proclama que sólo puede construirse la nueva Cataluña destruyendo a España. La reedición de un 9 de noviembre con menos cartón en las urnas pero con más ganas de subir al balcón, restaría toda la credibilidad a los políticos constitucionalistas que se han conjurado para que no se celebre el mismo, y que además lo han proclamado por papel, plasma y twitter. Sería un torpedo a la línea de flotación de nuestro proyecto nacional común. Un fracaso en toda regla, que movería los sillares de nuestro país.

En ese momento a los españoles ya no nos bastará con ser libres, ni con tener derecho a serlo: estaremos obligados a tomar partido. La equidistancia es la postura de los cobardes, de los que se benefician de las desgracias de unos y otros, y sólo aspiran a celebrar el triunfo del que venza. Son como los tibios del Apocalipsis, por lo que serán denostados por los demócratas que castigarán el cálculo de sus oscuras estrategias.

Si por el contrario, la convivencia y el respeto a la ley se impone en la sociedad catalana cuando ya el silencio quiera llenar la noche del domingo, nuestra democracia estará de enhorabuena. La gran mayoría de los españoles estaremos felices y reafirmaremos nuestro compromiso con el Estado de derecho, con la Constitución del 78 que nos regalaron nuestros padres, y estaremos en disposición de ser generosos y comprensivos con todo aquel que se siente diferente, siempre que no intente violentar nuestros principios y nuestra convivencia. Mañana es el nombre de España.

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