Los malos
En la lejana infancia del blanco y negro nos mostraban películas y nos contaban cuentos en los que el mal y el bien estaban radicalmente ... separados. Por allí pululaban el ogro partidario del canibalismo o el perverso científico que quería apoderarse del planeta para enriquecerse. Con los años -no demasiados- y otras películas y otros libros, aprendimos que no, que no había malos y buenos. Que la frontera es difusa y que todos estamos hechos de una gelatina mixta en la que los buenos sentimientos andan mezclados con actitudes en sombra, y que la mezquindad de un momento no impide que dos días después asome algo parecido a la grandeza. Eso sí, la dosis de elementos luminosos y sombríos varía dependiendo de cada cual y también según el deseo de mejora, porque el propósito de enmienda persiste más o menos como una zanahoria que uno trata -o eso se supone- de alcanzar.
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Pero he aquí que de pronto aparecen individuos esforzados por devolvernos a la creencia infantil de que son radicalmente malos. O radicalmente buenos. Cosa que viene a ser la misma, porque los que tratan de vendernos una imagen esplendorosa de sí mismos suele ser gente bastante oscura. En realidad son los villanos de siempre. Los candidatos a la caricatura. En estos días hay dos individuos que aspiran al dudoso honor de devolvernos al blanco y negro. Rubiales. Trump. Comparten zafiedad, machismo y enaltecen con la misma vehemencia sus presuntos logros y cualidades. Y los dos, naturalmente, son víctimas de una conspiración.
Trump se ha hecho una foto carcelaria que podría figurar en la puerta de un saloon con una leyenda en la que se estipulase su recompensa. Vivo o muerto. La foto de Rubiales ya sabemos cual es. El pico consentido. El sinsentido. Desafiantes, presuntuosos, avarientos y provocadores. Mentirosos y despóticos. Parecen esmerados en reunir todas las condiciones del cliché. Tanto que cualquiera diría que son inofensivos a fuerza de paródicos, de patéticos. Pero, no. No lo son. Por una cuestión muy simple en la que también ambos coinciden. La existencia de aquellos que los sostienen y jalean. Los palmeros -alguno súbitamente arrepentido cual rata que abandona el barco- que en la asamblea de la Federación ovacionaron a Rubiales. Los que sostienen mediáticamente a Trump y, como el coro de Rubiales, obtienen prebendas. Y a partir de ahí la cascada. Los que excusan al mediocre ex futbolista o los que votan al ex presidente influidos por la manipulación y la creencia de que el mal, el Mal con mayúsculas, se ha confabulado contra estos hombres que tanto bien reportan ejerciendo su poder. O, más bien, abusando de él.
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