Los contagios no paran de subir y los planes vuelven a deshacerse por nuevos brotes que prometen limitar nuestra vida social. Los que pueden y ... quieren van ya por la tercera dosis, otros siguen rechazando la primera, y en medio revolotean cientos de miles de niños que empiezan a inocularse. Sin poder de decisión propia y a expensas de la decisión de sus progenitores, la vacunación se impone en los menores de edad. El negacionismo y la resistencia tienen aquí una virtud sucesoria. Los pinchazos dolerán de manera subjetiva a los más temerosos, pero, como dijo una niña al principio de la pandemia, es mejor eso que morirse. Mientras tanto, Jesús Aguirre, mi consejero favorito, ha pedido al Gobierno que vuelva la obligatoriedad de las mascarillas al aire libre porque «en Navidad es muy difícil mantener el metro y medio de separación». O sea, que vamos todos rozándonos por las esquinas.
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Nuestra tasa de vacunación ronda el 80% y es una de las más altas del mundo; es algo de lo que tendríamos que estar orgullosos, pero todavía hay personas que se niegan, y están en su derecho. El último anuncio para animar al personal a vacunarse lo ha protagonizado el delegado de Salud de Málaga, Carlos Bautista, que justo tras el pinchazo ha declarado en un plano fijo a cámara: «Vacunaros, por Dios, que tenemos la UCI llena de malaguitas sin vacunar», aunque ahora mismo apenas hay más de 20 ingresados en la UCI (intuimos sin datos que la mayoría de ellos no está vacunada) y tampoco sabemos de dónde son.
Según una encuesta del Instituto de Salud Carlos III, la mayoría de ellos ha decidido no pincharse porque las vacunas se han desarrollado demasiado rápido y piensa que no son del todo seguras. En este grupo entrarían algunos malaguitas que, azotados por el egoísmo y la poca solidaridad, han preferido esperar unos cuantos meses hasta comprobar que los que nos habíamos vacunados seguíamos respirando. No son sólo negacionistas de El Perchel. También hay otra gente de Málaga cuya profesión es llevar la contraria y pasotas en general, pero todos viven cerca. Se da la circunstancia de que la mayoría de los que van por la calle Larios con el sistema inmune al descubierto son también los que toman menos medidas de protección, ni mascarillas, ni distancia social, ni miedo a entrar en La Tranca. El 60% de los encuestados dice que no se plantea vacunarse y otro porcentaje estará esperando a que le anime su político malagueño favorito en un vídeo, o al ultimátum de algún familiar, que aquí sí podría ser de Cuenca.
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