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José Francisco Jiménez Trujillo
PROFESOR DE HISTORIA
Lunes, 6 de enero 2025, 01:00
Las guías de viaje envejecen mal, pero en el caso de Málaga pueden ser instrumento muy útil para entender cómo ha cambiado la ciudad en ... las últimas décadas. La voluminosa Guía de España de El País-Aguilar del año 1996 apenas dedicaba a la ciudad el tercio de una página. Hoy ocupa con derecho propio todas las páginas de diferentes publicaciones entre las que puede elegir el viajero.
Hasta aquella fecha, con la alcaldía de Pedro Aparicio, el primer ayuntamiento democrático había transformado una ciudad que tenía graves carencias en sus infraestructuras básicas y en no pocos barrios. Inició también una Málaga de la cultura, tan escasa hasta entonces, con el Teatro Cervantes como buque insignia. Fue una labor que no generaba grandes titulares, pero que daba el mayor sentido a la defensa del municipalismo.
Desde entonces la ciudad ha emprendido un viaje vertiginoso que no ha concluido. Málaga está de verdad en el mapa y en todas las guías. Asoma en cualquier conexión de todas las cadenas de radio o televisión y su alcalde es reconocido en cada una de ellas. Hay un modelo de ciudad que, a su vez, permite un debate crítico en el seno de un municipalismo activo, al que este país nunca le dio la relevancia necesaria. La tensión autonómica frente al Estado lo ocupa casi todo. Y, sin embargo, el primer suelo que pisa el ciudadano cada mañana lo gestiona su ayuntamiento. Rara vez lo piensa.
De esto se trata, de generar un necesario debate sobre el éxito de la ciudad cuando va a concluir el primer cuarto del siglo. Los más críticos auguran un posible agotamiento por exceso. Pero no resulta creíble el tópico -morir de éxito- cuando son importantes cadenas hoteleras e inmobiliarias, multinacionales tecnológicas o grandes eventos deportivos los que apuestan por ella. La caja suele estar previamente bien asegurada en esos niveles. Y nada va a restar los veinte grados centígrados en pleno diciembre.
Sí que convendría hablar del éxito para el ciudadano que habita -si puede- la ciudad y que a veces siente que le desborda o que no la identifica. Puede ser hora de hablar de una tercera fase en la capital y en la que debiera primar el consenso entre quienes representan a toda la ciudadanía. No es tan difícil si, lejos de personalismos y devociones políticas, empezamos por reconocer las evidencias, todo lo hecho y lo que se ha ido quedando por el camino. Lejos de una falsa nostalgia que suele aparecer detrás de viejas fotografías de la ciudad. En la conocida película de Spielberg, 'Encuentros en la tercera fase', hay cinco notas de una frase musical que acaban siendo la clave para comunicarse con los extraterrestres. En Málaga hay notas para una atractiva melodía y algunas otras tan disonantes que no se entiende que no generen acuerdos de futuro aprovechando que hablamos el mismo idioma. Varias de ellas son bien conocidas.
No sería mala cosa empezar por reconocer los errores que han permitido la proliferación de miles de viviendas turísticas que exceden la mínima proporcionalidad y que exige una radicalidad en la respuesta, aún insuficiente; y es que entristece ver conjuntos enteros de viviendas -protegido alguno por su valor histórico o urbanístico- que ya son ajenos a todos los malagueños. Es una nota chirriante -además de una miopía política- pensar que si un fin de semana puede costar al turista cientos de euros en su alojamiento, va a cambiar de destino por no pagar unas tasas municipales equivalentes al precio de una copa en el bar del hotel; como ocurre, por cierto, en tantas ciudades europeas desde hace décadas. Haríamos bien, igualmente, en afinar mucho más el tono para ponderar mejor las dimensiones del centro histórico y su poder de convocatoria entre los visitantes; ya parece irrecuperable su antiguo valor residencial, pero lo que sí debiera ser es un espacio mucho más amable para el tránsito, con mayor armonía en su estética y sin tener que rozar el plato que en algunos espacios da buen provecho al visitante.
Y la cultura. Sabemos del imán sonoro de nuestros museos -no todos con el mismo magnetismo- y de algún silencioso fracaso. Pero cabe preguntarse por un tejido cultural en la ciudad, al que no contribuye la indolencia de buena parte de sus ciudadanos y una agenda poco alternativa más allá de los grandes fastos. Tal vez habría que empezar por la base. Hay toda una red de centros escolares, de institutos de secundaria y de formación profesional con espacios para actividades culturales. Ya hay algunas iniciativas interesantes, aisladas, y que podrían ser itinerantes. La colaboración de la asociación fotográfica Aula 7 en el popular instituto de Martiricos es un buen ejemplo. Educación y cultura, Consejería y Ayuntamiento. No hay colaboración más obvia.
En la película de Spielberg se respira el miedo a ser abducido. No debiera existir ese temor delante del electorado. Antes bien, este agradecería un pacto por la ciudad que, además, serviría de ejemplo y didáctica en la actualidad política tan crispada con que se ha iniciado el año. Sería como el principio de una nueva película, otro encuentro en la tercera fase.
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