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Hay ciertas cosas en la cultura malagueña que se dan por hecho, que parecen inamovibles e incuestionables... hasta que dejan de serlo. Y esta debería ser una de ellas. Existe una norma no escrita por la que todas las obras malagueñas del Festival de Teatro - ... también fuera de él- van directas al Echegaray. Solo una se verá esta edición en el Cervantes, la excepción que confirma la regla. Y sucede así año tras año, como por inercia. Se presupone que no llenarán, que son propuestas de pequeño formato para las que el principal escenario municipal se les queda grande. Ese lugar 'noble' se reserva a los consagrados que vienen de fuera y a las compañías de renombre. Que las hay, y muchas, en este cartel. Pero también hay más ahí fuera.
Quizás sea el momento de probar otras fórmulas. Resulta que en lo que llevamos de festival, la mayoría de los proyectos locales han llenado el Echegaray (los 173 asientos, más en algunos casos los 82 que hay en el primer piso), mientras que en el Cervantes se han visto muchos huecos en el patio de butacas (414, más otras 500 sillas repartidas en plateas, tres pisos y paraíso) en apuestas que parecían ganadoras. Para la 'Lady Macbeth' que interpretará la malagueña Zira Williams, por ejemplo, solo quedan nueve entradas disponibles en el segundo escenario. Pero en el auditorio de la calle Ramos Marín, en cambio, hay obras a las que les faltan todavía más de 400 por colocar. Por contra, el único estreno malagueño que ha roto ese techo de cristal, 'Donde nacen las palabras', ha abierto la venta del primer y el segundo piso porque el patio está ya completo. Es decir, funcionan.
Y ya no es solo un tema numérico, de si alguien venderá más o menos, porque se entiende que un teatro público no persigue la rentabilidad económica por encima de todo. Y porque, además, el comportamiento del espectador es absolutamente impredecible. Se trata sobre todo de mandar un mensaje de confianza a la escena local, de motivarla y agitarla con el objetivo probable del Cervantes en lugar convertir esa referencia en un sueño imposible. Esa idea implica limitarla, acotarla, reducirla a salas B y espacios alternativos, que son necesarios y están muy bien, pero que no deben ser las únicas opciones para quien crea y monta un espectáculo desde aquí.
Falta atrevimiento y falta riesgo en la mirada a la escena local, pero también a la internacional. El festival es una sucesión de nombres conocidos y grandes compañías en torno a un texto en un teatro a la italiana que hacen aquí una parada en su gira. Hay poca o ninguna experimentación, nada que rompa la incercia. Y, quién sabe, quizás al hacerlo el resultado sorprenda.
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