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La mala educación en Málaga

La mala educación en Málaga

La rotonda ·

Ignacio Lillo

Málaga

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Miércoles, 20 de noviembre 2019

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Es sábado y en mi carnicería de la calle Cristo hay cola. Me encanta el uso del posesivo en español para aquellas cosas que, sin ser tuyas, lo son un poco. No suele ser necesario pedir la vez pero tampoco hay prisa, así que me quedo a observar. Escuchar a los demás, sin prejuicios ni enfoques, es un ejercicio infravalorado, a pesar de lo mucho que enriquece el pensamiento crítico, en estos tiempos en que todos creen tener la razón absoluta. En la espera, entre cuartos y mitades, la conversación prende rápido, como siempre que se juntan algunas señoras malagueñas y simpáticas (lo eran todas, menos el que suscribe) en una tienda donde te conocen, a ti y tu devoción por sus hamburguesas de buey. Tras un breve inciso sobre el gusto por el picante en otras culturas, alguna arranca con una disertación sobre la mala educación que se extiende como una plaga por la ciudad.

Se suceden como en cascada las anécdotas ocurridas o contadas por terceros, todas al parecer recientes. A una le dio vergüenza ajena cómo trató una clienta a una empleada en una tienda de ropa, donde estaba tirando un montón de trajes por el suelo sin ningún cuidado. Otra se llevó una bronca cuando iba con el coche y tuvo que pitar para no atropellar a una familia que, con toda su parsimonia, estaba cruzando por medio de la carretera sin mirar ni hacer el más mínimo caso al tráfico. Pero en lo que todas coincidían con tristeza es en la mala educación imperante entre los niños, que ya iba más allá de la rebeldía y la guasa propia de la edad preadolescente para tornarse en un desafío permanente a los más mínimos valores de convivencia y respeto.

Estaba reflexionando sobre eso cuando leí la noticia del chaval de 15 años condenado recientemente por insultar y amenazar gravemente a su profesor de instituto. Conozco a docentes de centros públicos y sé que no es ni mucho menos un caso aislado, aunque no siempre lo denuncian. A diario se enfrentan con pequeñas fieras maleducadas para las que la falta de respeto no es más que el comienzo; que asumen la violencia como algo natural, sin más valores que el yo, el aquí y el ahora. Muchos tienen que aguantar carros y carretas, y a esta presión se suma el desprestigio de su labor docente y el escaso apoyo de una Administración que prefiere mantener borregos que formar a personas críticas. Si no damos a los maestros el lugar que deben tener, no habrá futuro para esta sociedad.

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