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El madrugón de la lotería

Los décimos, con sus caras sonrientes de felicidad prematura, cuelgan ya en los estantes de los chiringuitos playeros. Son una tentación extemporánea

DIEGO CARCEDO

Miércoles, 17 de julio 2019, 08:14

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La Lotería no se duerme en sus glorias: cada año se revela más madrugadora a la caza implacable de los buscadores de la suerte y la fortuna. Los décimos, con sus caras sonrientes de felicidad prematura, cuelgan ya en los estantes de los chiringuitos playeros. Son una tentación extemporánea, esa es la verdad. Pero ahí están adelantándose al susto de que las extras recién cobradas empiezan a extenuarse entre caña y tapa de langostinos.

Proporciona ilusión, esto también es cierto, regresar a casa con un décimo en el bolsillo. El sueño de los millones no está reñido con los cuarenta grados que nos están cayendo. La cartera se halla en las últimas y las tarjetas de crédito revientan, pero la suerte queda echada ante lo que pueda ocurrir. La suerte es la esperanza última de los que no se desesperan. Falta mucho para el 22 de diciembre y mientras tanto, que nos quiten la ilusión casi utópica del 'Gordo'.

La Lotería tiene mucho presente en nuestro ánimo, aunque no todo lo que anticipa sea optimista. ¡Qué va! La tentación de los décimos de la lotería navideña que han saltado a la vista por todas partes son un aviso, ahora mismo poco reconfortante, de que el verano se acaba; las vacaciones tienen fecha de caducidad y la vuelta al tajo espera. O, dicho de otra forma, para que se entienda mejor, que la vidorra estival pasará y más rápido de lo que deseamos.

Pasará y dará paso a una atmósfera menos luminosa que enseguida empezará a refrescar de manera desagradable. La Lotería se comporta como un amarga fiestas, de tantos como hay, que nos recuerda, cuando menos falta hacía, de que después vendrán las Navidades y con ellas los avatares del crudo invierno. Que enseguida habrá que revisar las ruedas del coche, sacar los jerséis y anoraks del armario y bueno, limpiar los esquíes para consolarse.

Los adivinos, dice la propaganda, tal y como si no lo supiéramos, no saben dónde va a tocar el Gordo ni quién va a ser el afortunado. Pero eso no nos consuela de la evidencia de que, como los décimos de la Lotería pendiendo por todas partes nos recuerdan, lo bueno que proporcionan las vacaciones se acaba; que los días de asueto y sofoco solar pasarán en un santiamén y que pronto todo se convertirá en recuerdos efímeros.

Está bien, desde luego, que la Lotería siga ahí, año tras año, vendiendo ilusiones y generando frustraciones futuras, pero, coño, ¿por qué tan pronto? Tiempo tendremos de aquí a diciembre a escoger el número, a hacer cola en la Manolita para comprar el décimo y para regalarle una participación al amigo. Entonces, ¿por qué ese empeño recordarnos que el verano es breve, que viene el invierno, con sus días fríos y cortos y sin ningún aliciente de la suerte de que pasarán pronto?

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