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Javier Becerra Seco
Licenciado en Historia
Jueves, 5 de junio 2025, 02:00
Con el tiempo he ido aprendiendo que la cultura no es un privilegio ni un derecho reservado a unos pocos, sino una dimensión esencial de ... lo humano, una expresión de la realidad que se vuelve aún más necesaria en momentos de grandes cambios sociales como los que vivimos. Pero, ¿qué papel desempeña? ¿Y qué significa realmente? La respuesta es tan diversa como definiciones existen, porque es uno de esos conceptos que usamos constantemente y que presenta múltiples caras.
En un sentido amplio, antropológico, se considera que es todo lo que los seres humanos hemos hecho frente a la naturaleza: nuestras herramientas, costumbres, creencias, formas de vida y de pensamiento. En un sentido más íntimo, es lo que expresamos con el arte, con la música, con las palabras, con todo aquello que alimenta el espíritu.
Para mí, es también eso que permanece dentro de uno después de haber leído, visto o escuchado algo que le ha tocado el alma. Es ese rastro invisible que va formando nuestra manera de mirar el mundo, de entenderlo y, sobre todo, de cuestionarlo.
Lo que sí tengo claro es que ya no es un lujo, ni siquiera un adorno. Diría, en todo caso, que es una forma civilizada de resistir la barbarie. Creo que cada vez que se censuran ideas, se persigue a alguien por pensar o ser distinto, se impone el miedo al conocimiento o se ignoran y menosprecian las artes, la música y la buena literatura, lo que se destruye es nuestra libertad, nuestra capacidad de crear con conciencia crítica y de pensar por nosotros mismos.
Durante años, en el lenguaje de los técnicos encargados de los presupuestos, fue vista en muchas instituciones y empresas como un lujo prescindible, como un adorno sin rentabilidad; tenía la consideración de algo inútil, porque no generaba beneficios inmediatos. Esto ha cambiado y esa mirada ha ido evolucionando. Hoy, afortunadamente, crece la conciencia de que invertir en cultura no es un gasto superfluo, sino una apuesta para el desarrollo y la cohesión social. Este cambio de mirada recorre todos los sectores sociales, desde el institucional y empresarial hasta su influencia en nuestra vida cotidiana. En nuestro día a día, la cultura marca la diferencia e influye en nuestras decisiones como ciudadanos. Nos ayuda a pensar mejor, a no dejarnos llevar por la primera consigna que suene fuerte, a elegir con más libertad. Desarrolla el sentido crítico, que es, en estos tiempos, el mejor escudo contra la manipulación y la ignorancia.
Porque seamos claros: un ordenador en manos de alguien que no sabe pensar puede hacer más daño que bien. La tecnología sin cultura se vuelve ruido. Y convertir a las máquinas en nuevos dioses es una forma muy lamentable de empobrecer lo humano.
Desde mi experiencia personal, siempre he creído que una de las funciones más importantes de la cultura es la de ayudarnos a pensar con autonomía y a mirar la realidad con otros ojos. Fomentarla es apostar por personas más libres, más reflexivas y más sensibles ante su entorno. En mi opinión, pocas decisiones son tan inteligentes e imprescindibles. Por eso, cuando nos preguntamos por qué es necesaria la cultura, quizás una respuesta posible pueda resumirse en esto: para hacernos mejores.
Ahora bien, tampoco tengo una visión ingenua o idealizada de la cultura, como si fuera una panacea capaz de crear el paraíso en la tierra. Soy consciente de que por sí sola no basta para resolver los grandes problemas de la humanidad. Pero también sé que sin ella, esos problemas son aún más difíciles de afrontar. A lo largo de mis cuatro décadas como gestor cultural, he escuchado cientos de discursos que la ensalzan -yo mismo he elaborado más de uno-, presentándola como un puente de paz, como una herramienta de entendimiento entre los pueblos. No tengo ninguna duda de que la cultura contribuye a todo eso, pero lo cierto es que, pese a todo ese esfuerzo simbólico, seguimos viviendo en un mundo marcado por la violencia, los conflictos -a gran y a pequeña escala- y por el dolor que nos causamos unos a otros. Y ante todo esto, me pregunto: si la cultura nos hace mejores, ¿por qué no basta para acabar con tantas injusticias y sufrimiento? La respuesta a esta pregunta probablemente se encuentre en las certezas y contradicciones del ser humano, en su inmensa complejidad. Pero sí estoy seguro de algo: aunque no evite luchas, enfrentamientos y guerras en las que se ha visto y se ve envuelta la humanidad, sí puede ayudarnos a entenderlas.
En estos tiempos de bulos, consignas vacías y verdades a medias, cultivar el pensamiento crítico me parece esencial. Y si algo permanece más allá del griterío y la confusión, es eso que al final nos transforma, nos eleva, y nos salva -al menos así lo creo-: la cultura.
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