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La conclusión de la Feria de Málaga es algo así como el fin del mundo conocido. Lo digo -claro está- en sentido figurado, porque cuando acaban las fiestas (este año soporíferamente eternas), en esta ciudad parece que se termina el verano. Después de esos días entramos en una especie de dinámica melancólica que en el imaginario 'instagramero' podríamos definir como el momento de despedirnos de un amor estival.

Afortunadamente, la realidad es mucho más proclive al costumbrismo; ese que tanto se disfruta si se mira con un ojo crítico y otro dispuesto a echarse a una risas. Y Málaga y sus gentes, para eso, son todo un tesoro. Así, observo con gozo como en esta semana que se acaba han comenzado a asomarse a la pasarela callejera las sudaderas, especialmente las del formato 'canguro', con bolsillo en el centro y capucha. Por si llueve, que la última semana de agosto ya se sabe.

Y mucho ojo porque he dicho sudadera. No es tiempo de chaquetas ni de abrigos ni de jerseys, sino de sudaderas. Como mucho alguna rebequita (en diminutivo, que no hay que pasarse). Eso sí, como en el fondo no queremos que esto acabe, las bermudas y las sandalias no desaparecen; al contrario. Tras acabar la Feria surge esa combinación del demonio que es la todopoderosa sudadera combinada con los pantalones cortos y calzado abierto. Capucha y chanclas. «Ya empieza a refrescar. Anoche me tuve que tapar porque tenía frío», comenta un malagueño anónimo que exactamente dos días antes condenaba al aparato del aire acondicionado a desparramar frigorías porque este verano -como los setenta y cuatro anteriores- ha hecho «más calor que nunca».

Y yo sigo disfrutando porque ahora puedo bajar a la piscina. Hasta que acabó la Feria, entrar en ella era todo un ejercicio de puntería. Padres, madres y niños okupaban el recinto sin complejos mientras uno añora ese futuro en el que no tendrá que compartirla. Pero en esta semana los ecos del 'Marcooo, Polooo' se han ido apagando inexorablamente, porque con el frío se han acordado de que solo quedan dos semanas para que los chavales empiecen las clases.

Me asomo a la ventana y confirmo mi teoría. Solo veo dos familias y hay un niño que ya calza el pijama. Y el sonido de una frase retumba en mi cabeza: Se acabó la Feria, se acabó el verano.

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