Lenguas vivas
Las palabras, cuando se abren, también asustan
Violeta Niebla
Lunes, 6 de octubre 2025, 02:00
Recuerdo una de las primeras veces que hice un dictado en el colegio. Tenía que escribir «los hombres», o «el hombre», y me pregunté dónde ... quedaban las mujeres. Esperaba que en el siguiente párrafo aparecieran, como si el texto fuera a equilibrarse solo. Tardé en entender que ese plural masculino que todo lo abarca (y que tantas veces se presenta como neutro) es fruto de una sociedad que aprendió a hablar en masculino y a escuchar en silencio todo lo demás.
Durante años esperé ese párrafo. El que nunca llegaba.
Ahora que empezamos a tener palabras para nombrar lo que antes no tenía nombre, cuando ampliamos el vocabulario e introducimos términos que cuestionan los límites de género, esos niños y niñas grandes que se criaron con el hombre como única opción que les representaba se enfadan. Hacen pataletas. Les tiembla la gramática. Y me da ternura. Porque recuerdo a la niña que fui, esperando en el pupitre la aparición milagrosa de «la mujer».
La semana pasada, a Ángelo Néstore le pasó algo parecido, pero en público. Este mismo diario le entrevistó a propósito de su última novela, Leche cruda (Reservoir Books, 2025), y habló, como suele hablar Ángelo, desde un lugar de luz. Dijo que no pasa nada si no entendemos del todo qué significa ser una persona no binaria, que lo importante es no dejar de hablar, no dejar de quererse. Que nuestras madres y nuestros padres pueden seguir acercándose aunque no comprendan cada término, porque el amor no necesita traducción simultánea.
Y entonces, la avalancha. Un alud de comentarios cargados de odio, de ignorancia, de miedo. Frases como «hacen falta más psiquiatras», «en tiempos de Franco no había tanto desorden» o «cuánta falta hace la mili». La vieja nostalgia de un orden que no era orden, sino obediencia y otros tipos de dictados que no eran de redacción.
Me parece gravísimo y profundamente triste que alguien hable de amor, de comprensión, de ternura, y reciba a cambio violencia verbal. Que se responda al intento de entender con el impulso de destruir. No hay gesto más pobre que reírse de lo que no se comprende.
Las palabras, cuando se abren, también asustan. Pero ese miedo es la prueba de que estamos aprendiendo algo. Lo que se resiste a cambiar es lo que más teme desaparecer. Y tal vez ese sea el verdadero trabajo de nuestra generación: aprender a nombrar sin herir, a escuchar sin miedo, a dejar que las palabras se ensanchen como un cuerpo que respira.
Yo sigo esperando ese párrafo que incluya a todas, a todes, a todos. Pero ya no lo espero en los libros de texto: lo busco en la vida, en las conversaciones, en los gestos cotidianos. Lo encuentro en la voz de un amigue que se atreve a hablar de lo que le duele sin dejar de hablar de amor.
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