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Los lastres de los sistemas sanitarios públicos

La tribuna ·

Aún estamos a tiempo de exigir un pacto de Estado por la sanidad al margen de criterios de oportunidad política o de interés partidista. El Sistema de Salud corre el peligro de tomar un rumbo lento pero inexorable hacia su desaparición

JUAN DE DIOS COLMENERO

Viernes, 22 de junio 2018, 07:35

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El desencanto político es un síndrome cada vez más prevalente. De naturaleza multifactorial, su pronóstico es muy variable, oscilando ampliamente entre el desinterés absoluto por lo colectivo y el proselitismo entusiasta de la militancia partidista. En medio, la gran mayoría de ciudadanos que padecen perplejos los avatares de una lucha política que ha parasitado todo el tejido social.

Más preocupados en sus cálculos elementales de intención de voto y traducción en escaños que en resolver los grandes temas de estado, su interés parece centrado en acaparar el foco mediático y lograr la iniciativa, verdadera piedra filosofal y panacea de la clase política.

En los últimos años, todas las comunidades autónomas, sin distinción de color político, han tenido sus particulares 'mareas blancas' exigiendo la mejora de la sanidad pública. La respuesta institucional siempre es homogénea, «el sistema sanitario público no corre ningún riesgo, somos referentes europeos, estamos en la vanguardia, las quejas no están justificadas». Sin dejar de reconocer que España tiene un buen Sistema Nacional de Salud, y que somos ejemplo asistencial en algunos campos, no conviene confundir la parte con el todo. ¿Cómo explicar si no que siendo el sistema excelente y los sanitarios unos de los profesionales más valorados las agresiones a los mismos aumenten? En temas sanitarios es poco responsable caer en la autocomplacencia y más aún generar expectativas imposibles de cumplir.

El nuestro es un país proclive al olvido. Ya nadie parece recordar los esfuerzos que han sido necesarios para alcanzar nuestro actual desarrollo sanitario. En el contexto actual, donde las consecuencias de la reciente crisis económica aún no han sido superadas, es imprescindible hacer todos los esfuerzos necesarios para lograr un buen gobierno de la sanidad pública.

Ninguna estructura en movimiento, y los sistemas sanitarios lo son, evoluciona al ritmo deseado cuando se la carga con unos lastres que no figuraban en el modelo. Empleo populista de la cartera de servicios, politización de los equipos de gobierno, duplicación de estructuras, descoordinación en la evaluación de las nuevas tecnologías y terapias innovadoras y bloqueo del Consejo Interterritorial de Salud son los lastres fundamentales que ponen en peligro la viabilidad futura de los sistemas sanitarios públicos.

Las ofertas asistenciales cortoplacistas y con poco fundamento científico no son nuevas. Ya en los albores del Servicio Andaluz de Salud a algún alto responsable sanitario se le ocurrió la feliz idea de definir la urgencia médica «como toda aquella situación que el ciudadano percibe como tal». Apoyado en una amplia campaña de difusión, este concepto comenzó a arraigar progresivamente en la población y condicionó la asistencia en los servicios de urgencias hospitalarias, los cuales sin filtro alguno empezaron a convertirse en estructuras cada vez más masificadas.

Decía Seneca que «la diferencia entre una persona inteligente y un mediocre es que los primeros se recuperan pronto de un fracaso, pero los mediocres jamás lo hacen de un éxito». En su devenir, la sanidad pública ha logrado innumerables éxitos, pero por desgracia sus verdaderos artífices no han tenido el reconocimiento debido. El efecto colateral de esta forma de proceder ha sido la pérdida progresiva del sentido de pertenencia de los profesionales y de su tendencia natural a formar parte de los órganos de gobierno. La consecuencia final, la politización progresiva de los órganos superiores de gestión e incluso la dificultad para renovar cargos directivos con profesionales experimentados.

La creciente centralización de la toma de decisiones ha impedido el desarrollo de la gestión clínica, una iniciativa diseñada para fomentar la participación que no ha dado los frutos esperados por nacer carente del soporte jurídico necesario y haber sido instrumentalizada más para el control del gasto que para la verdadera corresponsabilización de los profesionales en el sostenimiento del sistema. Stendhal, máximo exponente del realismo francés, afirmaba que «tan necesario es desconfiar de los hombres como disimular la desconfianza», quizá sea esta la filosofía que finalmente inspira los actuales modelos de gestión y explica la ineficiente expansión de innumerables estructuras de control, más basadas en la desconfianza que en la cooperación.

Actualmente existen múltiples evidencias que sugieren que el riesgo de la sostenibilidad de los sistemas sanitarios públicos guarda más relación con el coste de las nuevas tecnologías y terapias innovadoras que con el gradual envejecimiento de la población. Quizá sea prudente asumir el consejo de Thomas Mann cuando decía que «llegado el momento es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil». En este mismo sentido, Félix Lobo, gran experto en economía de la salud, consultor de la ONU, OMS y de la Comisión Europea, se ha pronunciado reiteradamente sobre la necesidad de una Agencia Central de Evaluación de Nuevas Tecnologías bien dotada e independiente, en contraposición a múltiples agencias regionales mal dotadas, desconectadas y dependientes de sus respectivos gobiernos regionales. Los ejemplos del Reino Unido y Suecia en este tipo de iniciativas son muy ilustrativos.

Existe en España un tácito pero sólido contrato social entre la ciudadanía y sus representantes sobre la necesidad de salvaguardar el sistema sanitario público. Este objetivo no es posible sin la necesaria cohesión de los elementos que lo integran. Desgraciadamente, el Consejo Interterritorial de Salud, órgano que debería velar por el cumplimiento de este objetivo, nació maniatado y en la práctica nuestro Sistema Nacional de Salud funciona como la suma de diecisiete sistemas cada vez más heterogéneos, desvinculados e incluso competidores entre ellos.

Aún estamos a tiempo de exigir un pacto de Estado por la sanidad al margen de criterios de oportunidad política o de interés partidista. Si no asumimos pronto esta tarea, el Sistema Nacional de Salud, patrimonio de todos los españoles, corre el peligro de tomar un rumbo lento pero inexorable hacia su desaparición.

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