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La montaña fue una mala noticia en un domingo trece de enero. Un puñal que nos hirió con la profundidad de un pozo que se tragó y no devolvió al niño, a nuestro niño. Las entrañas que se convirtieron en el eco de lo oscuro. El silencio de setenta metros que helaron el corazón de unos padres demasiado jóvenes para que el peso del mundo se cayera sobre ellos.

La alegría es una línea recta. La distancia más corta en lo humano. La tragedia es una curva que no avisa en su imperfección; que nos pilla por sorpresa, que necesita recorrer el camino más largo para encontrar su verdad de vuelta. La contradicción es un despertar sin nadie. No nos pide permiso, y exige ser escuchada. Y ahí, se encuentra con los contornos de gigante que tiene el hombre, que como el sol no duda en iluminar y calentar.

España es un cirineo sin versículo. Que no puede pasar al lado del que porta la cruz sin meter el hombro. Estos días largos de invierno son veinticuatro horas en Totalán. De estar junto a los que siendo grandes se hacen niños para encontrar al niño, a nuestro niño. La fatalidad ha convocado a lo mejor de nosotros mismos y nos ha introducido en una carrera a contrarreloj. Nos reconocemos en la política que abraza a los padres y pone a España entera a remover la entrañas de esta montaña tan traicionera, en el ingeniero que no se da por vencido, en los mineros que no quieren ser héroes, en el bombero que no duerme, en el médico que no desespera, en el guardia civil que se olvida del frío y del turno, y de tantos y tantos que soportan con su aliento y su trabajo a una familia, que en el fondo somos todos.

Es difícil de asumir, pero es innegable, que cada centímetro que nos separa de la esperanza, es un abismo que nos anuncia una oscuridad sin atajos. Qué daría yo, que daríamos cada uno de nosotros, por arañar las entrañas de una tierra que es demasiada dura para ser humana.

En la hora que escribo, la luz sigue encendida al lado de nuestro niño en un pozo que no termina de escribir el final deseado. En el abarrotado vagón de la mañana, como escribe la gran Raquel Lanseros, quiero encontrarme con nuestro niño Julen de España.

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