Insultos
Todo el que ha recalado en esta incomparable ciudad lamenta no poder quedarse en ella. Cuando puede, se queda y pasa a ser envidiado
Aunque parecería que la moda es dirimir las diferencia con insultos, mentando si no a la madre, a la esposa y a los hábitos de ... cada cual, no pienso echar más leña al fuego. Quiero referirme a otro asunto, también de gravedad.
Es que no he tenido más remedio que ver dos capítulos de una serie de televisión que se está trasmitiendo semanalmente, creo que en abierto, y que lleva por título ni más ni menos que Marbella. Soy muy consciente que la Constitución proclama en su artículo 20 con gran amplitud, reconociendo y protegiendo los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. Y también a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica. Si esta producción televisiva es una creación de alguno de esos tipos, que venga Dios y lo diga. Estos derechos, tan ampliamente concebidos tiene una limitación que establece la misma disposición: el respeto a los derechos reconocidos en la Constitución y en las leyes y, especialmente, el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen…
El honor, según la Academia es la buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea. Podemos discutir si las ciudades tienen honor. Creo que sí. Si los países disfrutan de esa cualidad por qué no los demás accidentes geográficos, ciudades, provincias, regiones, valles…
Lo que está claro es que Marbella tiene una imagen propia y una reputación que todos los que en ella habitan han contribuido a labrar partiendo de una imagen negativa motivada por dos factores. Por una parte, porque es innegable que se han refugiado en la Costa del Sol algunos sujetos indeseables que prefieren el buen clima, las comodidades, las facilidades para viajar, la excelente infraestructura –no hablo del tren, por supuesto– y la cordialidad de sus gentes a permanecer en sus sitios de origen que, a veces, no cuentan con tantas ventajas. Y, por otra parte, por la cochina envidia. Todo el que ha recalado en esta incomparable ciudad lamenta no poder quedarse en ella. Cuando puede, se queda y pasa a ser envidiado.
No he visto reacción airada de los que nos cuidan. Recuerdo en cambio que se estrenó hace un buen tiempo una película que llevaba por título 'Colombiana' donde actuaba una señora espectacular que combatía los cárteles de la droga sugiriendo de sus connacionales no se dedicaban a otra cosa. Indignación en ese país y con razón. Desde luego se prohibió su difusión y se actuó contra directores, productores y demás colaboradores. Aquí, en cambio, presenciamos escenas escalofriantes que muestran una realidad inexistente. Droga, también cohecho, corrupción, lujo de mal gusto… no dejan títere con cabeza, policía, aduana, fiscalía y, lo que más me duele, ustedes me perdonarán, abogacía. Dos fulanos se disputan la fama, se autoasignan ser lo mejor del foro, aunque para ello se humillen ante el cliente, un bandido, y colaboren con él en la comisión de los crímenes que comete, entre los que está, por supuesto, el blanqueo de capitales.
He vivido en Marbella casi medio siglo. He ejercicio allí mi profesión y he conocido a todos y cada uno de mis compañeros. Debo ser un burro o haber estado ciego, pero nunca, nunca he visto nada que se asemeje a ese cuadro que pinta la desafortunada serie de televisión.
Impudicia. Podría haberse inventado un nombre de fantasía y haber situado allí las peripecias que se han inventado. Pero, quizá en ese caso, no habría tenido el éxito esperado. Se ha preferido insultar a una ciudad, a sus habitantes y a la abogacía. Me siento ofendido.
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