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JOSÉ M. DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ. CATEDRÁTICO DE HACIENDA PÚBLICA DE LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA
Domingo, 20 de abril 2025, 02:00
Los impuestos son organismos vivos que nacen, crecen, subsisten, e incluso, en algunas raras ocasiones, se extinguen, en un marco socioeconómico determinado, cambiante a lo ... largo del tiempo. Como ha señalado Vito Tanzi, la ecología económica y social del mundo tiene un gran impacto sobre el sistema impositivo.
Son numerosas las fuerzas que condicionan el perfil de dicho sistema. La tecnología es una de las más relevantes. Hace ya décadas, desde los inicios de la denominada revolución de las TICs, comenzaron a aparecer propuestas para el establecimiento de impuestos cuya base imponible apuntaba hacia elementos nucleares o accesorios de los nuevos procesos tecnológicos. Algunas de las opciones suscitadas, como las de los impuestos sobre los mensajes de correo electrónico o sobre los bits (unidades mínimas de información), no lograron despertar, en una primera fase, demasiado entusiasmo.
Más recientemente, ya en plena digitalización de la economía, vienen surgiendo otras propuestas fiscales más centradas en lo que constituye no sólo la materia prima, sino también el producto de la nueva economía, los datos. Tanto es así que se propugna su utilización incluso como alternativa a los indicadores estrella de la capacidad para pagar impuestos, la renta y el consumo.
La economía digital global desafía los conceptos de localización, propiedad y valor en los que se ha basado el sistema fiscal tradicional. Los datos se han convertido en el nuevo petróleo, en el recurso económico más apreciado del mundo. Incluso se catalogan como un tipo de dinero. En la nueva economía, el valor no tiene una fuente única, ni se crea centralizadamente, sino que es el resultado del procesamiento de masivas cantidades de datos dispersos. Un dato aislado no tiene valor en sí mismo; se convierte en algo valioso cuando se combina con otros muchos datos y se procesa. Los esquemas vigentes de imposición sobre la renta personal y societaria se muestran incapaces de gravar la información de manera efectiva. En la era de la hegemonía de los datos, numerosos analistas consideran que la imposición sobre la renta debe dejar paso a una imposición de los datos. Una de las alternativas es la aplicación de un impuesto sobre los flujos de información, tanto sobre la carga como sobre la descarga de datos, en ambos casos con una exención, de forma que sólo hubiese gravamen a partir de un determinado volumen de datos por período impositivo.
Según el historiador israelí Yuval Noah Harari, el dinero no viene a ser sino una serie de «puntos que la gente acumula al vender determinados productos y servicios, y que después emplea para comprar otros productos y servicios». En la obra 'Nexus' (Debate, 2024), se plantea qué les podría ocurrir a las relaciones sociales si, de repente, los principios del mercado monetario se extendiesen al mercado de la reputación. Apunta la posibilidad de que el sistema de puntuación social chino (en el fondo, una forma de dinero, basada en la información) pueda servir para adaptarse a la nueva situación. Si el dinero bascula hacia ese modo de cómputo de la riqueza, se supone que la carga tributaria sería proporcional (o progresiva) respecto a los puntos acumulados, lo que implicaría un posible desincentivo para un «adecuado comportamiento social». Llevado a su extremo, el sistema de puntuación social llevaría a registrar, con una valoración positiva o negativa, todas las actuaciones cotidianas de una persona, lo que podría desembocar en un sistema de control totalitario.
Los nuevos sistemas de información podrían, asimismo, sustentar un modelo de impuesto sobre la renta potencial, que asignaría a cada persona una renta gravable en función de las características individuales recogidas en un algoritmo. Cada cual pagaría impuestos según la renta atribuida, con independencia de la obtenida en la realidad. Sería un tributo muy adecuado desde el punto de vista de la eficiencia económica, pero es difícil pensar que encajara pacíficamente con los criterios predominantes sobre la equidad, en los que, al margen de otras cuestiones, no tiene cabida la consideración del ocio disfrutado.
Como subraya Harari, «Los estados llevan miles de años gravando dinero. No saben cómo gravar información... al menos, no todavía». Sin embargo, existe ya un considerable elenco de contribuciones académicas que apuntan vías de cómo hacerlo. Está claro es que ha aparecido un nuevo y floreciente tax handle ('asidero fiscal') que, seguramente, no será dejado de lado por unos sistemas impositivos sometidos a múltiples retos.
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