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Idiotas

Antonio Ortín

Málaga

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Lunes, 8 de octubre 2018, 07:50

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Estamos encumbrando peligrosamente la idiotez, convirtiendo en prescriptores de opinión a analfabetos con Twitter cuya capacidad de influencia ha pasado del mero chascarrillo más o menos ácido al eficaz golpe de efecto que o bien provoca una autocensura o bien coloca en el cadalso a quienes, simplemente, se expresan con libertad. Viene esto a cuento porque esta semana que dejamos atrás dos personas a las que conozco y aprecio han sido víctimas de este peligroso tsunami de ignorancia y pensamiento único, que además viene revestido de progresía posmoderna tipo Gran Hermano. Uno es mi amigo José Luis Sánchez, uno de los que considero miembro vitalicio de la tribu de imprescindibles porque, además de una inteligencia privilegiada, goza de un espíritu de lucha que ha logrado, entre otras muchas cosas, dar visibilidad a los niños de altas capacidades, a los que tradicionalmente el propio sistema se encargaba de discriminar bajo la etiqueta de superdotados para, de esa manera, no atender las necesidades de su integración. Además, fue de los pioneros en luchar contra la injusticia de los desahucios antes de que tipos como Ada Colau (y tipas, se me vayan a enervar los del inclusivo) convirtieran parte de ese movimiento en un circo mediático y plataforma para saltar al chiringuito de la política.

Pues bien: a José Luis, un grupo de 'ofendidos' logró que Facebook le censurara durante unos días su espacio El Incansable Aspersor, una iniciativa del bueno de Jose donde, además de aportar reflexiones interesantes y lúcidas, deja verdades como puños que algunos, claro, no pueden digerir. Lo peor es que pocas horas después se produjo el episodio chusco de Lagunillas, donde el genial Ángel Idígoras tuvo que borrar el mural de 'La esquina de los besos' porque un personaje de estos de los que hablamos interpretó en la red que conjugar la célebre instantánea de 'Le baiser de l'hôtel de ville' de Doisneau con el verso de Vicente Aleixandre que reza «La memoria de un hombre está en sus besos» era una muestra imperdonable de machismo.

Y yo, qué quieren que les diga: no puedo evitar un fogonazo de desaliento al pensar cómo carajo hemos llegado hasta aquí, hasta ese punto en el que los mamarrachos imponen su ley sobre la fuerza de la inteligencia. ¿O debo escribir mamarrachos y mamarrachas para no ofender? Un poquito de conocimiento básico le hubiera bastado a la presunta agraviada para saber que la foto de Doisneau era un símbolo de liberación del París que siguió a la ocupación y que pocas aristas de machismo podía haber en un Aleixandre que nunca renegó de su condición de homosexual. Pero claro, para eso hay que seguir leyendo después del carácter 141. Y los idiotas, por norma, no suelen pasar del eslogan.

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