Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Siempre me ha sorprendido esa inquietante necesidad de compartir vía redes sociales con la humanidad, sin filtros, casi todo lo que a uno le pasa por la mente. Ya sea depresión, amor repentino o, como la delegada de Educación, Mercedes García Paine: «un marrón».

Cuando un político cuelga en su Instagram algo que empieza por «quizás no sea políticamente correcto (suspiros) (...)sabéis que estoy acostumbrada a hacer vídeos en directo (...) verás tú que al final voy a llorar y va a ser peor (...) tengo un bajón del copón (...) cualquier cosa que diga puede estar ahora en los medios (...) qué difícil es perder la libertad de poder decir la verdad sin tapujos». Pues lo ves sin perder un suspiro, porque aquello adquiría por momentos unos tintes dramáticos, que no se sabía si iba a dimitir, a hacer algún tipo de confesión o cómo iba a acabar la cosa.

Y conste que no creo que lo haga como estrategia política, ni por postureo, sino que de verdad se siente así, lo que es casi peor. La cuestión es si puede ejercer bien su cargo un político que se confiesa al borde de las lágrimas con esa candidez: «Es que no veas el marrón que tiene la Junta de Andalucía, madre mía».

Quien más, quien menos se ha sentido alguna vez al borde de las lágrimas porque alguna cuestión del trabajo te supera y te apetecería volver a desahogarte como lo hacen los niños: llorando y pataleando. Pero no lo haces por sentido del ridículo, porque ya no tienes cinco años y porque sabes que tampoco se va a arreglar, que si no declarábamos la hora del lloro en el trabajo, que iba a tener más seguidores que la hora del café.

Dejando a un lado lo mal que está decir públicamente que ha prometido no desvelar unos nombres, pero que «la gente viene a mi despacho acojonados a decir que están amenazados (...) pero es que si empezamos a levantar expedientes, malo». Si tiene que denunciar algo, que lo denuncie y si no, que guarde silencio. Contarlo en Instagram levantando sospechas sin concretar no va arreglar nada, sino todo lo contrario.

No sé lo que pensaba que era gobernar o si estaba convencida de que otros no arreglaban la situación a propósito, pero ahora mismo no tiene ningún marrón en particular, sino lo que suelo llamar «la avería general»: que se resume en que gobernar no es fácil, faltan medios y sobran problemas.

Los políticos, lo hagan mejor o peor, están ahí precisamente para resolver marrones, igual que los directivos de las empresas. Y si no hicieran falta y todo funcionara a la perfección sin ellos ya nos apañábamos con los funcionarios y unos cuantos jefes de servicio para ir tirando.

De momento, su consejero, Javier Imbroda, le ha recomendado que los desahogos no los haga en público.

Y si no va a resultar que sí que tenemos un marrón.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios