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Ana Cobos Cedillo
DOCTORA EN PSICOPEDAGOGÍA
Lunes, 19 de mayo 2025, 02:00
Me dispongo a escribir este artículo con la batería que le queda a mi portátil, porque el 28 de abril de 2025 no podré cargar ... el ordenador cuando me avise de que necesita más alimentación eléctrica, ya que no hay luz en casi toda España y dicen que en más lugares al otro lado de nuestras fronteras. Me surgen reflexiones, es un día raro. Amaneció como un lunes más, pero a las 12.33 horas se hizo excepcional. A algunos les pilló en el trabajo, en una reunión, en la compra o en casa. Lo primero que se piensa es que esto está ocurriendo únicamente en el lugar donde estás: mi casa, mi comunidad, mi calle..., crees que será un momento y que todo volverá a la normalidad.
Sin embargo, poco a poco te vas dando cuenta de que son más los afectados, es más, lo son todos a tu alrededor. Te acuerdas de los tuyos y los visualizas cada uno en su lugar, confías en que estén bien. Se te viene a la cabeza qué habrá sido de las personas que en ese momento de apagón estaban en un ascensor o en el centro de un túnel dentro de un vagón de metro. Piensas en si puede aguantarse la claustrofobia, si la paciencia y el autocontrol vencerán a la ansiedad, el miedo y la angustia de la incertidumbre sobre lo que está ocurriendo. Tranquiliza pensar que en los quirófanos hay generadores que impiden los apagones y deseas que todo acabe bien para quienes estén en plena intervención quirúrgica. Te alegras de que no te haya tocado.
Te das cuenta de lo imprescindible que es la luz en nuestro mundo y de que hemos montado un mundo absolutamente dependiente de la electricidad. No se puede pasar consulta, en los centros educativos no se puede dar clase, en los despachos no se puede trabajar porque no hay Internet, no se puede limpiar porque los utensilios de limpieza necesitan luz, no se puede planchar, no se puede cocinar...
Las tiendas empiezan a cerrar antes de que llegue el final de la mañana. A semioscuras, en las tiendas de comestibles venden cosas que no necesitan peso y si quieres unas pastas tienes que elegir las que se pueden comprar por piezas porque el peso va con electricidad. Tendrás que pagarlas con efectivo porque los datáfonos necesitan luz y al llegar a casa no podrás hacerte un té ni un café, a no ser que dispongas de una cocina con fuego que se alimente de butano.
El panorama es muy raro. En un día de primavera con esa luz tan bonita que tiene Málaga está ocurriendo algo insólito que nos está posibilitando mirar más al cielo que a las pantallas. Todos obligados a desconectar de Internet, de la televisión, del móvil. Si queremos interactuar con alguien tiene que ser con la persona que tienes más cerca. Parece una paradoja de la comunicación que nos hayamos acostumbrado a interactuar más con los que tenemos lejos que con los que están enfrente.
En unos minutos en que la radio de mi móvil tiene conexión se oye hablar de apagón en Europa y pronto la radio deja de oírse, porque ya hace años que necesitamos Internet para escuchar la radio y si no hay luz, no hay Internet y tampoco radio, un silogismo. Enseguida pudo comprobarse que cuando falta Internet la gente interacciona más en la calle. Se encendió la mecha de la vida en la calle. En esas horas no se veía a las personas andando mientras miran el móvil esquivando viandantes con el angulillo de visión que queda en los 180 grados. Las personas empezaron a hablar sin conocerse para preguntarse sobre las causas del hecho, con sus ironías, con sus risas... que si hay que ver los chinos, que si el cambio climático y la subida de las temperaturas, que si un ciberataque, que si Trump, que si Putin.... Nadie sabe nada, todos hablan de algo, todos escuchamos con atención, parecemos analógicos a la vez que un poco desubicados...
Una señora desde su ventana con mucho arte reivindica la radio a pilas y enseña la suya a quienes pasamos por la calle para presumir de que ella sí está informada gracias a las antiguas tecnologías, nos reímos todos.
El tráfico se descontrola un poquito. Hay más ruido, se oyen sirenas y todos los semáforos están apagados. Un policía municipal dirige el funcionamiento de un semáforo y parece estar cumpliendo el sueño de su vida como en aquella película, 'Manolo guardia urbano'. Impone autoridad y emana respeto, da gusto ver a la gente siguiendo las indicaciones del señor guardia. Otros en cambio se apuran, se ponen nerviosos y se dan toquecitos en el chasis de sus vehículos, se bajan del coche a la defensiva, miran atentamente para valorar los daños, no es nada, son sus nervios. Dicen que en la Avenida de Europa por lo mismo han acabado a tortazos. Dicen y dicen.
Personas inteligentes y precavidas han pensado en que las puertas de portales no pueden abrirse sin luz o sin mandos digitales, por eso han colocado una ramita en la cerradura o una botella vacía de limpiahogar entre la puerta y el quicio para evitar que se cierre el portal y que los vecinos que no disponen de llave moderna se queden fuera. Sin embargo, siempre llega otro, con poca visión comunitaria y quita la botella pensando en que no entren ladrones porque la seguridad es lo primero, mejor dicho, su seguridad, porque él si tiene llave analógica.
Se utilizan las escaleras y te encuentras a vecinos en las escaleras, algo muy analógico y ciertamente trasnochado pero que produce una agradable sensación de humanidad y cercanía. Ya en casa, busco el lugar con más luz natural, la única de la que disponemos para tener una tarde distinta, para disfrutarla de otro modo, sin sonidos, sin conexión, eso sí, con el último libro de Cercas, mientras la luz aguante.
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