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Juan de Dios Mellado Morales
PERIODISTA
Martes, 27 de mayo 2025, 02:00
Gaza es un campo de exterminio y el mundo, en general, mira para otro lado. Gaza es el holocausto viviente del siglo XXI y el ... mundo mira a otro lado. Se muere de hambre y las enfermedades azotan a una población que ni siquiera tiene agua para beber y el mundo mira a otro lado. La grave desnutrición deja su huella de muertes, con niños (as) en los huesos, con la mirada estremecida por el dolor. Israel, día tras día, ha convertido a Gaza en una inmensa y dolorosa ruina, dando paso a una limpieza étnica perpetrada con total inmunidad. Gaza es el holocausto del siglo XXI ante el inexpicable silencio y pasividad internacional. Muchas voces, muchas condenas, pero Benjamin Netanyahu sigue la invasión permanente de Gaza con total impunidad, incluso con las bendiciones y apoyo del presidente Trump, valedor extremo de los pingües beneficios y negocios militares que este genocidio genera día a día. Todo, sobre una montaña de ruina, miseria, hambre y muertos que cada día nos asola. Pero ni para Netanhayu, ni para Trump, ni para el poderoso lobby judío importa. Y lo que es peor: Israel conquista kilómetro a kilómetro las ruinas de Gaza, con la declarada intención de ocupar la franja de Gaza y levantar, de la mano e intereses de Trump, un resort turístico sobre los huesos de más de 52.000 gazatíes. Es cierto que las Naciones Unidas y las ONG que trabajan sobre la zona rechazan el plan de ocupación militar. Pero hay que pasar a los hechos. Netanyahu es un criminal de guerra y debe ser juzgado por la justicia internacional. Todo lo demás es verborrea. La masacre de Gaza, donde ha muerto el 2,4% de la población es un genocidio, aunque los expertos en justicia internacional dudan que pueda probar en los tribunales. Pero algo habrá qué hacer.
Netanyahu, con su gobierno de extrema derecha, en manos de los colonos y de los ultraortodoxos, entre otros motivos para perpetuar el sionismo supremacista y homicida y, recordemos, se puso de rodillas ante ellos para tapar los delitos de corrupción que le acosan a él y a su esposa. Pero también para acallar las voces judías más progresistas, lo que ha conseguido. Los que ahora gobiernan Israel nunca quisieron la paz y quienes están al frente de los palestinos nunca supieron defender a su pueblo, hundidos en la proverbial división árabe. No se intuye una solución negociada, como tampoco parece poder prosperar la solución de los dos Estados, tal y como lo planteó el presidente español Pedro Sánchez, propuesta a la que se sumó Irlanda. Y no es posible, entre otros motivos, porque además de la estrategia real de Israel de quedarse con Gaza, no cesa la colonización de Cisjordania y la destrucción de aldeas y enclaves palestinos. Israel no quiere la paz porque, entre otros motivos, no sabría vivir sin la guerra. Por eso seguirá con la limpieza étnica, genocidio se llama y, como primer paso, impedir la llegada de ayuda alimentaria y sanitaria, generando tal hambruna que cuando se ven algunas fotos nos recuerdan los horrrores del holocausto. Netanyahu es un moderno Hitler capaz de asesinar a miles de personas sin que nadie, nadie, sea capaz de pararle sus ansias asesinas. Netanyahu perpetúa esta guerra genocida como estrategia personal para evitar entrar en la cárcel, acusado como está de corrupción y prevaricación. Y contando para ello con los grupos extremos, la derecha extrema y los populismos que tienen dominada Israel y avalan la guerrra, con miles de asesinatos civiles, la mayoría niños y mujeres. Israel es, de la mano de estos asesinos, un país que ha hecho de la guerra su razón de existir.
Me pregunto a veces qué será de Gaza tras Netanhayu, Trump y Hamás. Qué será de sus dos millones y medio de habitantes, mayormente jóvenes y niños. Qué será de la esquelética niña, en brazos de un médico todoterreno, cuyo cuerpo es todo huesos, con unos ojos como lamparones que no tienen capacidad ni para asombrarse, teniendo en su mano una escudilla con un puñadito de arroz y, sobre todo, qué será de Mahmoud Ajjour, el niño de 9 años que perdió los brazos mientras huía de un ataque israelí en Gaza. Nos queda su rostro del dolor, de profunda tristeza, merecedor del premio internacional de fotografía, en cuya mirada no hay ni odio, ni amor: no hay nada, el vacío, con sus dos muñones en cada uno de los brazos señalando, sin querer, al mundo cruel que permite, día tras día, que las bombas israelitas asesinen a cientos de personas. ¿Qué será de esos padres que llevan, envueltos en sábanas teñidas de sangre, a sus pequeños para dejarlos, con amor, en la eterna morgue en que se ha convertido Gaza? ¿Qué será de Netanhayu con 52.000 muertos en la podrida mochila de su alma? y¿Qué será de los 2,2 millones de personas que arrastran sus miedos y la muerte por los 362 kilómetros cuadrados de Gaza? Son preguntas que se acumulan en la desesperación de quien sólo puede protestar y escribir que desde hace tres años un tercio de los asesinados son niños y mujeres; que hay más de 15.000 niños huérfanos y más del 85% de los hogares están destruidos. Todo es una ruina, moral y cívica. Me pregunto por Netanyahu y sus ministros de la Guerra, pero también por los escondidos líderes de Hamás, cobardes en su túneles, mientras muere una parte de su pueblo, sin medicinas, sin agua, sin comida, sin futuro, sometidos a las bombas judías, incapaces de buscar salidas a la paz. Es cierto que hablamos de un territorio ocupado por Israel pero también conviene resaltar que los líderes palestinos son un permanente y enorme fracaso porque en todos estos años no encontraron ni negociaron fórmulas que les llevara a la paz.
Y si esto sucede en terreno sembrado de horror, dolor, miedos y muerte, habría que preguntarse qué hace la Unión Europea, qué hace la sociedad internacional, las Naciones Unidas, qué hace Estados Unidos y su grotesco e impresentable presidente, Donald Trump; y qué hace la comunidad árabe, pueblo de su pueblo, que cada mañana se levanta en Gaza mirando al cielo y a la cascada de drones que llevan la muerte en sus entrañas. Estos días, viendo el rostro del dolor de Mohamed y sus muñones, me he acordado de las denuncias del secretario general de las Naciones Unidas, el portugués Guterres, y me estremecía ante tanta incapacidad, moviendo las palabras y la denuncia como molinos de viento, pero que, ni unos ni otros, han hecho nada. Impulsar un proceso de paz es algo más serio que la verborrea demagógica del presidente Trump, cuya única iniciativa es convertir Gaza en un resort turístico, enviando al exilio a dos millones de gazatíes mientras él y sus millonarios amigos se forran con el dolor de un pueblo arrancado de sus raíces.
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