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UNA HISTORIA DE NAVIDAD

Calle ancha ·

Martes, 24 de diciembre 2019, 09:47

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Érase una vez en un país ibérico, reunión de nacionalidades y naciones, conocido como España. Un lugar con tan bajo índice de natalidad, que el ... único crecimiento garantizado se apoya en el nacimiento, cada Nochebuena, del Niño de Belén y ya se sabe que con este único concurso natalicio las pensiones no quedan garantizadas. Además, este «Jesusito de mi vida», sigue naciendo cada año sin venir con un pan debajo del brazo, al contrario, lo hace en la más extrema pobreza, en una cueva o en un campo de refugiados, pasando frío porque su familia padece de indigencia energética y, después de dos mil diecinueve años, su padre José (Pepe para los conocidos) continúa siendo incapaz de encontrar posada. Y aunque ya no sea época de bueyes ni asnos, la familia, que es sagrada, sigue con su mula y su buey. Son unos garbanzos negros en materia de nuevas tecnologías: nada de Facebook, ni twitter, ni whatsapp; ellos siguen comunicando el feliz alumbramiento con una estrella de larga cola, que solamente saben interpretar dos extremos de la escala social: los humildes pastores y los Magos de Oriente, que además son reyes con territorios indeterminados que alcanzan medio mundo. Hoy, en el tercer milenio, sabemos que en el origen no solamente acudieron para adorar al Divino Niño los pastores de Belén; también había pastoras, lo que pasa es que el autor de la crónica fue un hombre que se olvidó de ellas. Cabe esperar que, además del gallo, también hubiese gallinas, pero estas no cantan. Ahora, en 2019, ya no acuden tantos pastores porque en la España vaciada no quedan muchos; en su lugar abundan los trabajadores negros de los invernaderos y los que llegan a nuestras playas a bordo de pateras, también a la altura de la «milla de oro» en Marbella; algunos no pueden porque arriban en estado cadáver. Feliz Navidad. Los pobres no escasean desde el primer Nacimiento y son miles los que siguen sin encontrar posada y pasan la noche en la intemperie, en el rigor inclemente de la noche. Algunas parroquias les dan albergue, verdadero testimonio y el recuerdo de que el Fundador supo lo que es pasar penurias. Es Navidad. Desplegamos los mejores sentimientos, ejercitamos la solidaridad, eclosionamos en una marea de bondad, pero los pobres necesitan comer durante todo el año y el frío en la calle no es solo cosa de Nochebuena. Frecuentemente son estigmatizados interesadamente en una falaz identificación con la delincuencia. Las actitudes navideñas deben ser patrimonio de todo el año y conseguirlo es obligación de toda la ciudadanía, pero muy especialmente de los responsables de las diferentes administraciones que deben trabajar con conciencia social, luchando contra el racismo, la xenofobia, la homofobia y todo tipo de discriminaciones. Podríamos invertir los tiempos: ser muy buenos y solidarios durante todo el año y malos en Navidad. Puede que el peso de la balanza arrojase un saldo muy beneficioso. Se repite la proliferación de belenes, algunos innovadores, pero ni en los más vanguardistas ha surgido la idea de instalar, como cima del anacronismo, un tren que llegue hasta Estepona. Ya parece no formar parte ni de la ficción. Y este año también llegarán los reyes de Oriente, que en Marbella nunca accedieron, como cabía esperar, por las Chapas, sino por la Fontanilla, posiblemente dejándose guiar por la luz del faro. Incluso los republicanos les darán la bienvenida y les mostrarán los zapatos bien lustrosos para que dejen los regalos. Este país ibérico llamado España pudiera pedir a los Magos un Gobierno. Si lo que traen a los políticos es la convocatoria de nuevas elecciones, sería el equivalente al tradicional carbón, pero eso lo tienen prohibido por el cambio climático. También los de la cumbre de Chile en Madrid se merecen carbón. Pero, a pesar del Gobierno, de los políticos mayoritariamente considerados y de los populismos de cualquier signo, el deseo de una feliz Navidad y un año dos mil veinte donde se alejen las negras sombras de recesiones económicas y ninguna mujer pierda la vida porque un hombre se crea con el derecho de quitársela. También sería deseable la desaparición de grupos que niegan la violencia de género. Y en la Tierra paz a los hombres y mujeres de buena voluntad.

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