Las otras hipotecas
Conocí a un destacado dirigente sindical de Málaga del que pocos sabían, tampoco yo, que tenía una pequeña fueraborda para salir a pescar. No hace ... tantos años de aquel pecado burgués sin argumentario capaz de soliviantar a los izquierdistas más sobrios y aguerridos. El 'secreto' de polyester, tan modesto en valor económico como en metros de eslora, comprometía sin embargo como pocas cosas la credibilidad y la imagen de aquel personaje público, obligado a dar explicaciones a su círculo más próximo para salir a flote en un entorno hostil de etiquetas simples pero afiladas como dientes de tintorera. Aquel sindicalista tan desclasado fuera de tierra firme también se vio obligado a justificarse conmigo cuando un día lo reconocí, bajo la gorra y las gafas oscuras, -más parecía que llevaba un disfraz que un 'look' marinero- camino del puerto donde tenía el atraque. Me llamó la atención su titubeo antes de sincerarse bajando la voz sobre el verdadero destino de su paseo, bolsa en mano, para poner a punto la embarcación y disfrutar de la mar en calma. Un sindicalista con barquito como él corría el mismo riesgo reputacional entre los suyos que un animalista de carné sorprendido en una montería. La izquierda ibérica nunca ha jugado a ser divina, pero le ha gustado exprimir el gusto inquisitorial contagiado de la peor derecha. Daba igual que quien le afeara a aquel casi marinero clandestino un coche con achaques y su afición a navegar fuese un mileurista al volante de otro más caro que la barquita aunque más costoso de mantener. En algún lugar desconocido debía estar escrito que la náutica, aunque fuera en su categoría plebeya, era la hermana pequeña de un capricho de ricos, el tópico de la caza para un gobernador franquista o el golf a un especulador con y sin ático.
Iglesias y Montero han caído por voluntad propia en la tormenta más deseada por sus enemigos. Pudieron buscar la paz en la sierra, pero en otra dosis. Despresurizarse así de Vallecas también los ha dado de baja como gente corriente, ese certificado que expedían los círculos de Podemos como un código ético más severo que el manual del Vaticano para fomentar santos entre las clases medias. Al maniqueísmo y a las etiquetas simples en un país de apariencias han aportado mucho ciertos administradores únicos del 15M. Nadie salvo ellos mismos les impuso un máster de coherencia a Iglesias y Montero, ahora con aquel legado moral flotando como papel mojado en su envidiable piscina. La mansión con 13 baños que eligió Isabel Preysler relegó al ministro Miguel Boyer a espectro pijo dentro del PSOE, refundado por aquella izquierda emergente que se coció en torno a la foto de la tortilla y que sólo pisaría Marbella a escondidas. Los chalés divinos vendrían luego, pero no tan poco tiempo después de animar a la gente corriente a tomar por asalto el cielo vestido de monje cartujo.
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