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Desde que ocurrió el accidente de Julen y la apabullante respuesta ciudadana posterior no se me va de la cabeza la canción de David Bowie que da nombre a este artículo; esa cuya letra, traducida, dice que todos podemos ser héroes por un día. Málaga es una ciudad heroica, siempre lo ha sido. Sus lemas la ensalzan como la primera en el peligro de la libertad, muy hospitalaria, muy benéfica y siempre denodada. Me quedo con este último concepto, una palabra en desuso que significa que tiene o muestra valor, energía o decisión. Los malagueños se crecen ante la adversidad, y este trágico enero les ha ocurrido, quizás, una de las peores a la que se podían enfrentar: tratar de salvar a un niño de un pozo de más de 30 plantas de profundidad por el que casi no cabe un alfiler.

En momentos como estos es cuando los héroes dan la cara. En el día a día viven entre nosotros: tienen despachos de ingeniería o de bocadillos. Son amas de casa, obreros, tenderos, taberneros, guardias civiles, bomberos, voluntarios, plumillas. Son personas normales a las que la adversidad hace sacar lo mejor de sí, que aparcan sus tareas, sus trabajos, a sus familias para acampar durante días en una loma de la Axarquía. Son héroes, sí, pero de los humildes, porque no dudan en recurrir a otros de su misma estirpe, y que llegan desde Asturias, desde Madrid, desde Almería y desde Suecia, y que se contagian de esa ola de solidaridad como sólo pueden hacerlo las personas buenas. Y de ahí nace el milagro.

En realidad, no son tan diferentes de los que salen en los cómics. Al igual que Superman, Batman o Spiderman, los héroes anónimos se camuflan durante la mayor parte de sus vidas para pasar desapercibidos. Se disfrazan, por ejemplo, de señora mayor que en plena noche lleva una bolsa llena de mantas para que los que están trabajando en la montaña pasen menos frío. Se refugian detrás de un mostrador, y cuando nadie los ve sacan de debajo de la capa centenares de bocadillos de lomo. Se esconden bajo una existencia apacible al cuidado de sus familias, pero obran el milagro de preparar litros de puchero que calienta más el espíritu que el cuerpo. Trabajan en oficinas y constructoras, y de la noche a la mañana consiguen movilizar hasta Málaga las máquinas más imponentes. Son herreros, pero inventan artefactos que volarán por el interior de un túnel sin fondo. Hay muchos más, por supuesto, porque, por suerte, la solidaridad en Málaga nos sobra.

Totalán acoge estos días tristes de enero la mayor convención de superhéroes anónimos jamás vista. Que nunca se nos olvide de lo que somos capaces cuando estamos unidos.

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