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Si está harto pulse uno...

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Lunes, 22 de enero 2018, 07:33

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Decía el otro día Guillermo Fesser en una entrevista que tenemos que ir por la vida con menos expectativas y cargados de buenas intenciones. Y lo explicaba con un ejemplo bastante revelador: si voy camino de casa esperando que cuando llegue los niños estén bañados, con los deberes hechos y tengamos luego una cena ideal en la que acabemos cantando todos juntos como la familia Von Trapp... posiblemente la realidad me decepcione. En cambio, si mi actitud al volver a casa es más realista y trato de buscar un rato para disfrutar en familia entre las obligaciones diarias tengo muchas más papeletas de no acabar frustrado. Porque tan importante como lo que te pasa es cómo te afecta lo que te pasa y qué expectativas tenías previamente.

Esta teoría no sólo es aplicable a las grandes cosas, sino especialmente a las pequeñas y hasta a la rutina. Ése fue mi error. La semana pasada tuve un periplo burocrático de acreditación de una titulación académica. Reconozco que mis expectativas eran muchas: conseguir demostrar de forma rápida y sin esfuerzo que tengo un título universitario. Algo que a priori parecía bastante sencillo, dado que es cierto y es algo reflejado en un documento oficial.

Una bofetada de realidad me demostró que me había pasado de expectativas. Seguro que no soy la única. A cualquiera que intente contactar con una compañía de telefonía,habrá sufrido algo parecido.

La deshumanización empezó a habitar entre nosotros hasta en los actos más banales cuando alguien inventó el servicio de grabación automática, ese de si quiere hablar con equis pulse uno, si desea hablar con zeta pulse dos.Pero, ¿quién ha diseñado ese laberinto diabólico? Da igual cuántos botones pulses y qué itinerario tomes que el final siempre es el mismo: le voy a pasar con un operador. Pues haberlo hecho desde el principio y eso que nos hubiéramos ahorrado. A veces hay que superar varios cortes de comunicación cuando estás a punto de llegar al ansiado momento en que hablas con un humano que te obligan a empezar de nuevo. Algo bastante inquietante, teniendo en cuenta que ocurre, precisamente, cuando hablas con tu compañía telefónica.

Cuando al fin llegas a hablar con un operador pulsas ya el dial del teléfono como si quisieras sacar el dedo por el otro lado. A este servicio lo llamamos (seguramente para disimular) «atención al cliente», cuando debería llamarse «chulear al cliente». Me imagino que tendrán entrenamiento de marine para aguantar impertérritos la presión de un usuario que se ha quedado sin wifi, tiene tres hijos adolescentes y lleva media hora mareado pulsando botones del teléfono.

Así que cuando en mi túnel burocrático del otro día me atendió un funcionario tan amable que no se limitó a responder a mis preguntas, sino que se preocupó por el tema y me ayudó me dieron ganas de ir y abrazarle.

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