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Laura Borràs. EFE
El hada

El hada

La expresidenta del Parlament tuvo la valentía teatral de presidir una cumbre contra la corrupción

Felipe Benítez Reyes

Sábado, 30 de julio 2022, 00:05

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Ignoro si la religiosidad es una competencia transferida a las comunidades autónomas, de modo que los rezos de un extremeño no tengan efecto en Cantabria, pongamos por caso, y viceversa, pero me arriesgaría a suplicar a la Virgen de Montserrat –a la que por motivos territoriales nunca he pedido nada– que la presidenta cesante del Parlament catalán sea inocente de los delitos –falsedad documental y prevaricación– que se le imputan, a pesar de que las pruebas no resultan tranquilizadoras. Y se lo suplico, con la humildad debida, porque si se demostrase que la expresidenta es culpable de lo que se le acusa, supondría un mazazo para nuestra democracia, tanto en su versión catalana como en sus variantes estatales, y no porque le añadiese un caso de corrupción, que eso al fin al cabo no sorprende ni escandaliza ya a nadie, sino porque evidenciaría uno de los males que asedian a un sector significativo de la clase política: el infantilismo.

Pocos días antes de saber que iba a acabar ante un juez, la ahora expresidenta tuvo la valentía teatral de presidir una cumbre contra la corrupción, en la que dejó muy claras las cosas, a la manera de una colegiala a la que pillan copiando en un examen: «En democracias viciadas con tics autoritarios, a veces la corrupción también puede dejar de ser un problema que es necesario eliminar y convertirse, de manera perversa, en una arma para combatir la disidencia política». Democracias viciadas y perversidades al margen, su tono fue ascendiendo a la esfera suprema del melodrama: «Los que me quieran muerta, me tendrán que matar y mancharse las manos», pero el primer escollo vino cuando pretendió que el Parlament ignorase la norma que dispone que un parlamentario investigado por corrupción sea apartado de su cargo: «Espero, deseo y quiero creer que los miembros de la Mesa actuarán como diputados demócratas y respetuosos con los derechos fundamentales, no como jueces o inquisidores». Por desgracia, no hubo suerte: se portaron como jueces e inquisidores, desde la premisa escandalosa de que las normas están para cumplirse.

Insisto: le suplico a la Virgen de Montserrat –que ya hizo el milagro de fundir en un mismo gobierno a la izquierda telúrica y a la derecha corrupta autóctona– que nada de lo que se le imputa a la señora Borràs sea cierto y que quienes se han manchado las manos con su sangre inocente se vean obligados a dimitir o, como poco, a pasearse por las Ramblas con un capirote penitencial. Porque en los mágicos mundos infantiles las hadas, seres alados y fosforescentes, no deben ser víctimas de los monstruos.

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